sábado, 7 de septiembre de 2013

...XI...

Levanto las solapas del cuello del abrigo Burberry; conforme la noche se impone, el frío se hace más gélido. A unos treinta metros de mí distingo el KFC, pero me mantengo firme en la entrada del “underground” esperando a que lleguen. Cerca de mí, una pareja se despide melosamente; Natalia y la prometida cita vienen a mi memoria.
-Daniel; How much time, colleague!
-¡José Ca!
Una palmada en la cara, una colleja en la nuca. José Ca, de José Carlos, un tipo que conocimos de fiesta. Se había tomado más chupitos de los que debía y el camarero no se entendía con él; acababa de mudarse a Londres y lo único que sabía decir era “Oh, you’re hot, baby”; frase que repetía una y otra vez acariciando la mejilla del “barman”. Nos reímos de su torpeza con las mujeres que se encontraba y decidimos ayudarle por una noche; lo que acabó en una mañana de resaca en la que hacíamos todo lo posible por provocarle jaqueca.
-¿Ya has aprendido inglés, moribundo?
-Sobretodo el inglés de llevarme a casa a las tías.
-Ya veremos en año nuevo, a ver si nos vas a dar la misma noche que cuando te recogimos.
-Sería un delito –David aparece por detrás ojeando a un grupo de quinceañeras.
-Menudo asaltacunas eres, tío.
-Si no hubiese tíos como yo, las chiquillas no se estrenarían nunca –se lame los labios con la lengua-.
-Vamos a cenar ya. ¡Ostias, que hambre tengo!
-¿Queréis que hablemos en inglés y así aprendo?
Suelto un “Já” seco. Pone una mueca de decepción y nos movemos en dirección al Kentucky Fried Chicken.
-Me cansa ya eso del inglés, esta gente es lo único que sabe.
-Ya bueno, estas navidades no toca el inglés. No hace más que juntarse con españolitas…
-¿Enserio?
-En singular, mejor dicho.
-Por cierto, ¿sabes que le ha prometido una cita?
-¡Qué me dices! Pues ya sabes, vuelta en coche para darle un paseito, parada en un bar con muchos cócteles...
-La pones igual de ebria que José Ca la noche que le conocimos...
Nos reímos gracias al recuerdo.
-Y lo mejor de todo, dejadme terminar. La habitación de hotel con una cama, o un sofá o una alfombra, yo que sé.
-Tú si que tienes clase, pardillo.
-Habló el que no las vuelve a llamar, te falta salir por la ventana -suelto como defensa hacia José Carlos-.
-No me hace falta, yo tengo tías siempre que quiera sin tener que repetir.
-¡Ay! Me doy por aludido -José Carlos se pone una mano en el lado derecho de su caja torácica-.
Le arrastro su mano hacia el lado opuesto, donde realmente está el corazón. No le debe haber dolido tanto para no sentirlo en su sitio correcto.
-Bueno, José Carlos, ahora y siendo sinceros ayúdame al chiquillo que está en blanco con lo de la cita.
-Sí, porque en el fondo te hemos invitado por eso. Si no, no te sacamos de casa.
-Menos mal que poseo alguna cualidad por la que utilizarme. Pues yo me vendo, pagad me la cena.
-Ya has oído Romeo.
Saco mi billetera del bolsillo trasero del pantalón, dinero de sobra. 
-No te pongas caníbal hoy justo.
-¿Cómo que no? ¿Nunca te han enseñado a aprovechar las oportunidades que te ofrece la vida?
Sonrío y le empujo a aprovechar el turno que le ha llegado para pedir en caja, la fila ha llegado a su fin durante nuestra conversación.
Nos sentamos en una mesa del fondo para seis personas de la planta baja una vez servidos. Comemos en silencio para saborear el pollo picante.
-Lo tengo -se detiene a limpiarse con la servilleta-, llévala a tu casa a enseñarle las estrellas en tu mítico césped.
-Mira que es cursi la idea -añade David con aversión-.
Observo a los dos tíos que tengo delante: David con el pelo castaño brillante y en su sitio gracias a la gomina, ni abundante ni escasa, con sus gafas de sol esta vez con patillas  rojas y cristales claros enganchadas al cuello del jersey azul marino y conjuntando con su abrigo, la sonrisa blanca y colocada y la barba seductora; José Ca con su pelo descolocado y desteñido, su colgante playero, la sonrisa que no destaca y sin barba por miedo a no encontrar el término medio. Mi manera de pensar, fijarme en los detalles.
-Bueno, he llevado a tantas ahí.
-No me dirás ahora que te parce irrespetuoso o algo por el estilo. Ella no tiene por qué saberlo.
-Sí, en todo caso, puede ser la última si tanto te importa.
-Bueno, ya estamos. Pues las llevaré yo como se raje mi principal compañero de ligues.
-Yo puedo sustituirlo, eh.
Daniel clava su mirada en una mancha de salsa picante que ha caído durante la cena en la camiseta de nuestro tercer acompañante y se gira lentamente hacia mí al mismo tiempo que deja caer una servilleta en el abdomen de este.
-No me falles, Daniel, don´t disappoint me, buudy.

***

Abro los ojos en la oscuridad que se llena de luces que colorean a las personas de alrededor. La sala está llena; llena de gente, de música, de baile, de energía, de golpes rítmicos que hacen vibrar el corazón, la respiración. Amanda sonríe atractivamente, se deja llevar por el hombre de veinte y muchos años con una camiseta más pequeña de lo que sus músculos permiten, acepta la bebida que le ofrece y atrae con su mano libre su boca hacia la suya rápidamente a solo dos metros de mí. Es muy fácil de complacer, pero busca la buena calidad. Me giro y me encuentro con la mirada de Roberto posada en mis movimientos, me abro paso empujando con fuerza con el objetivo de llegar a la barra junto a él. Una mano me agarra el antebrazo y tira de mí provocando que me desequilibre.
-¿Has bebido mucho, no?
Es un chico guapo y moreno, de aspecto rebelde y distraído. Su pendiente me deja reconocer que es Nico.
-Me he sentido atraída por ti...
-A ver si lo recuerdas mañana –oigo su risa fuerte mientras miro al mismo punto de antes para descubrir que Roberto ya no está-.
-No se lo dirás a nadie, tu ego no necesita demostrar que está subido.
-Me gusta lo sincera que vuelve el alcohol a la gente.
-¿Dónde está Rafa?
-No lo sé. ¿Por qué?
-Tengo una misión que cumplir.
-Pues yo le busco, pero quédate aquí, Roberto me ha mandado vigilarte.
-No soy una niña.
-Sí, por eso paso de hacerle caso. Si estás de la forma en que estés, es porque has querido. Es un lema.¡Otro chupito fuerte! –Levanta un vasito verde opaco en el aire dirigiéndolo al hombre de detrás de la barra.- Te regalo un chupito, por el piropo. Pero no se lo digas a Roberto, me mataría si supiera que te pongo más pedo.
Me acaricia la barbilla antes de desvanecerse entre el tumulto de jóvenes fiesteros mientras se ríe tan maliciosamente como sólo he conocido en él. Me entregan el mismo vasito pero esta vez lleno. Me quedo embobada con el líquido que refleja algunas de las luces de la sala. Cuando una mano se apoya en mi hombro me lo trago de golpe. Es Rafa.
-Menos mal que no eres Roberto, mataría a tu gemelo guapo... -me tapo la boca con las dos manos, maldita atracción-.
-Nat, ve al grano.
-Vale, vale. ¡Qué prisas! Por casualidad, ¿no me querrás invitar a un chupito como Rafa?
-Será Nico.
-Eso. Mientras haya chupito...
-Antes de que pueda terminar levanta el vaso del que he bebido y pide que lo repitan.
-Quiero saber de qué tía está enamorado Roberto. Me duele este asunto, que no sea sincero.
La tristeza me invade y mis ojos empiezan a escocer. Rafa cede ante mis motivos, tan fácil de hacerle hablar como Amanda con los tíos.
-Te daré una pista.
-¿Solo una?
-Sí, una bastante buena. La ventaja es que no lo analizarás mucho estando como estás.
-No estoy nada.
-Bueno. El mensaje se lo envió a Estef, le contaba que le gustaba una chica.
-¿Está enamorado de Estef?
-Ya sabía yo.
Rafa me deja sola, sola con un chupito innecesario. Cuento uno, dos y a la tercera me lo trago. Me quema en la garganta e instantáneamente empieza a temblar mi visión. Unas chicas que estaban intentando conseguir gratis tequila vuelven a la pista de baile decepcionadas por su fracaso. Por el hueco que queda veo al grupo con el que he venido. Me abro paso entre los ansiosos de sexo que me quitan la ropa con la mirada.
-Menos mal, en unos cuantos metros me he sentido amenazada.
-Ven aquí -Estef da golpes a su lado en el sofá-.
Rebobino unos cuantos minutos de noche y me acuerdo del mensaje que ha nombrado Rafa y lo que conlleva. Miro mal a Estef un segundo, espero que no se haya percatado. Me apoyo en las piernas de Roberto. Estef reacciona y le reprocha con la expresión algo a Rober. Definitivamente pasa algo entre los dos.
Pero esta noche estoy demasiado bebida y lo único sencillo de entender es lo ebria que voy, y el sueño por el que me quedo dormida en brazos de mi mejor amigo en cuanto salimos por la puerta de la discoteca.

sábado, 27 de julio de 2013

...X...


Escojo un croissant, huevos revueltos, bacon recién hecho, tostadas con mermelada de fresa, un bollo de crema y un chocolate caliente y zumo de naranja. Me siento sola en la mesa de cinco de la esquina, por si acaso aparecen los demás. Me concentro en desayunar tranquila deleitándome con cada bocado.
-¡Qué bien, en la esquina!
Me sobresalto, no me había percatado de su llegada. Nico y Rafa se sientan armando escándalo al dejar sus platos llenos de bollos en la mesa; Amanda posa suavemente el suyo, con una sola tostada integral con unas delgadas líneas de aceite decorando.
-¿Solo vas a desayunar eso?
-Lo demás desfavorece al cuerpo –señala observando con recelo mi guarnición.
-Es comida gratis, ¡disfruta!
-Sí, haz caso de mi hermano. Mira nuestros platos y nuestros cuerpos.
-La prueba que me faltaba.
Me río. Me encantan estos momentos juntos. Y los gemelos han tardado en comportarse de nuevo con normalidad ante mí. Me doy cuenta de que queda una silla vacía. Ojeo el restaurante y encuentro a Sandra unas mesas más lejos.
-¿Qué significa eso?
Señalo con el dedo la desconcertante imagen y los tres se giran en esa dirección.
-Está rara.
-Es rarita, nada nuevo –Rafa pone una mueca de desprecio-.
- Creo que sufre mal de amores –Amanda lo comenta sin importancia-.
-¿Y eso? ¿Es que ha conocido a algún chico?
-Ni idea, no dice nada.
-No creo que en ella se fijen muchos tíos –dice Rafa-.
-Por eso sufre sus amores –acompaña Nicolás-.
-A lo mejor le gusta Roberto, es el único tío con el que habla –dice Amanda-.
Nos callamos. Sandra enamorada, y no correspondida. No me parece raro. Mientras sorbo mi caliente chocolate, una idea se me viene a la cabeza y me atraganto. ¿Tendrán relación la historia del otro día y esta? Significaría que existe algo entre mi mejor amigo y Sandra. Cojo mi taza y mi plato y me dirijo hacia su solitaria presencia.
-Me han dicho que estas sufriendo por un tío.
-Me extraña que lo hayan notado - Sus gafas no pueden esconder unos ojos desconsolados-. ¿Quieres ser maja o vienes a chismorrear?
Trago aire, me calmo. ¿Quién se cree que es? Se enamora y ya es importante, ya es dura, ya es mejor. Pues si no te quiere no lo pagues con los demás. Guardo la compostura, me deshago de esos pensamientos que me provoca su arrogancia. Vengo a chismorrear.
-Quiero ser maja, ¿cómo puedes pensar otra cosa?
-Vale, perdona.
Espero no estar mucho tiempo aquí para sacarle la información. Es lógico que esté perdida por Roberto, Amanda ha dado en el clavo. La invitó al viaje a pesar de que nadie secundó la idea.
-Te puedo ayudar.
-¡Cómo! No tengo nada que hacer. La preciosa, simpática y segura Natalia gana a cualquiera, incluso a Amanda.
Me quedo sin palabras. Caigo en la cuenta: tiene envidia de mi cercanía hacia Roberto. Pero no hay nada entre nosotros. Sin embargo, me alegra averiguar que mi amigo no está metido en nada con ella, se merece muchísimo más. Se acabó la conversación, un comentario amistoso y adiós.
-Roberto y yo somos simples amigos. Si incluso antes hemos hablado de sexo con otro tío.
Sus ojos me miran desorbitados y enrojecidos.
-No tienes ni idea -su tono es odioso-, déjalo.
-Lo dejo, lo dejo.
Recojo de nuevo mi desayuno y vuelvo a la mesa anterior. Para mí la historia es muy simple, quiere a Roberto y no es algo mutuo, me odia y eso que soy sólo su mejor amiga. No me sorprenderá el final de este asunto.

De nuevo un corro, esta vez de seis personas, una menos.
-Noche de mucho alcohol, ¿no?
-Y de mucha música.
-Vamos, noche de discoteca.
-Y cena de comida basura.
-Me gusta el plan.
-Sí –todos secundamos la opinión de Roberto-.
-¿Vamos a hacer algo por la mañana?
-Yo tengo ganas de dar una vuelta, Nat, ¿quieres?
-Bueno, no tengo nada más que hacer –dejo caer el comentario con indiferencia-.
-Vamos, petarda.
Los dos sonreímos, somos claramente conscientes del significado de este petarda. Aquellas tardes de agosto en que estábamos solos porque nadie quedaba en la ciudad, el calor se acentuaba en las calles pero necesitábamos vernos y nos encontrábamos en el mismo bar de siempre, el bar Siciliana; aquellas tardes nos conquistaron. Allí comenzaban nuestros lentos paseos rebosantes de energía, historias y risas. Dos horas en marcha con una parada en alguna de las heladerías cercanas al parque para, posteriormente, entrar en él buscando nuestro banco, al que le habíamos marcado nuestros nombres y al que cada día añadíamos algún dibujo relacionado con nuestras historias. Los protagonistas de ese recuerdo eran críos de trece años que se acababan de conocer y se confiaba el uno al otro su vida entera.
Roberto me empuja por la espalda y, una vez en el exterior del hotel, me suelta y abre los brazos aspirando el aire frío.
-¿Cómo es posible que haya cambiado de sol a lluvia en tan poco tiempo?
-No está lloviendo, solo hace un poco de aire; un aire que levanta faldas.
Me dedica una mirada de reojo sonriendo como Daniel, son expresiones pícaras idénticas pero una me calma y, por el contrario, la otra me vuelve loca
-Menos mal que llevo pantalones –me sitúo a su lado y caminamos.- ¿Sabes? Tú y Daniel os parecéis.
-Entonces te prohíbo salir con él -la misma sonrisa, la misma sensación reconfortante-.
-Debo atraeros a los ligones guapos.
Se ríe fuertemente, es una risa natural y contagiosa. Realmente es peligroso enamorarse de un sinónimo suyo. Todas las chicas caen a sus pies, todas quieren estar tan cerca como yo y ninguna lo consigue; por mucho que Roberto se rinda ante sus encantos se acaba cansando y siempre vuelve a mí dejándolas celosas. Nos metemos en un callejón que termina en una calle peatonal.
-Qué pena que estas caminatas se hayan extinguido…
-Fue porque quitaron nuestro banco.
-Y nos aburrimos del otro.
-Nunca me aburriré contigo –me sincero-.
Roberto me abraza y se separa dando un bote segundos después. Me coge fuertemente de la mano guiándome hasta un local.
-Las buenas costumbres nunca se olvidan.
-Invito yo –me adelanto para entrar antes que él en la pequeña heladería que reconozco como la única artesanal de Londres. –Vine aquí con Daniel cuando nos conocimos.
-Solo tú pides un helado en pleno invierno y cuando vas con un tío.
-¿Qué quieres decir?
-Que eres rentable, Nat.
-Te gustan las rentables, pues.
-Siempre es mejor. Por cierto, ¿Qué te ha pasado con Sandra?
-Te lo cuento a cambio del secreto que los gemelos sí saben y yo no.
-No es lo mismo.
 -Venga, no será tan grande lo tuyo.
-Lo es.
-Roberto Aguado Forcen. ¿Tienes vergüenza? -Con una cómica cara sorprendida me río.
-¡Yo soy muy sincero! No me avergüenzo de nada, yo molo.
-¡Pues cuéntamelo a mí! Ya me había creído inocentemente todo ese cuento de que era la única chica perfecta que conocías.
-Todo a su debido tiempo, chica perfecta. ¿De vainilla, no?
-Me conoces bien.

Me callo esperando mi helado. Debo descubrirlo por otra persona que presente menos minas, la cual es Rafa; y esta noche hay alcohol, el suero de la verdad.

domingo, 23 de junio de 2013

...IX...

Paseamos esquivando los charcos que la lluvia ha dejado como rastro. El aire es húmedo, lo que provoca que el frío pierda consistencia. Y, a pesar de que odio este tiempo, mi rostro presenta una sonrisa alegre. La presentación ha ido genial. Encaja en el grupo totalmente y eso me hace feliz. Me he propuesto un objetivo y lo he realizado: he podido sonsacarle su historia, después de tanta intriga:
-Es… demasiado larga. No me gusta.
-Pero yo lo quiero saber y, lo que de verdad es largo es el camino a mi hotel.
-Si estamos a la mitad ya. Bueno, te lo cuento porque eres tú. De todas formas no te lo tomes muy a pecho. –Sonríe travieso mirándome de reojo, se ha relajado y saca sus manos de los bolsillos, he descubierto su seña de nerviosismo. Le devuelvo una sonrisa rápida.- Vinimos a Londres porque mi padre insistió en que estudiase política.
-Vaya, no parece entusiasmarte.
-Pues no, pero tampoco tenía una idea clara de cuál quería que fuese mi futuro. Soy más de improvisar. Así que estuve el año pasado estudiando en Cambridge.
-¿Cómo que el año pasado?
-Sí. Como has notado, no me entusiasma ni me entusiasmaba, y lo dejé. Ahora solo vagueo, -recapacita sobre su comentario y vuelve a sonreírme al igual que anteriormente,- menos en algunos temas.
Sexo. Hasta ahora solo pensaba en los sentimientos que despierta en mí. Pero es algo que no le puedo negar en una relación porque, básicamente y ahora que me paro a pensarlo, es algo que deseo completamente hacer con él. Con todo, ni si quiera nos hemos besado aún.
-Habrá que comprobarlo.
Imito su sonrisa, aunque ni en un sueño pueda ser tan deseable y perfecta como la suya. Continuamos caminando y ralentizo el paso, no quiero despedirme tan pronto a pesar de haber pasado toda la tarde con él. Pero no se puede tener todo,  llegamos. Si tanto quiero quedarme con él una cantidad de tiempo indefinida, ¿por qué no proponerle quedarse por la noche conmigo? Lo tomaría como una indirecta, o una directa, claro está. Pero acabo de darme cuenta de que hay algo que me lo impide.
-Bueno, te cogerás un taxi, ¿no?
-¿No te acompaño más?
-No hace falta, quiero que me mires el culo así que…
Me echo a reír y se une a mí. Se da la vuelta hacia la carretera esperando ver acercarse un taxi. Le doy dos toquecitos en el hombro para que al volverse, su rostro esté tan cerca del mío que localice sus labios lo antes posible.
 Un primer beso simple que dura unos segundos suficientes para grabar su tacto sedoso en mi memoria. Al separarlos, me sigo quedando a pocos centímetros de su cara rozando nuestras narices y transmitiéndole con mi mirada que llega el siguiente. Un segundo beso que comienza por un contacto de los labios, seguido de una mordida de su labio inferior y finalizado por un jugueteo de nuestras lenguas que se entrelazan y se guían solas. Analizo todo lo analizable. Terminamos ese beso y viene el siguiente, en el cual yo recibo el mordisqueo cuidadoso. Siento presiones aceleradas en mi pecho: el corazón palpita rápida e intensamente y la respiración me avisa de mi falta de aire. Y llegan más. No quiero terminar, ya sea por el gusto, por el tiempo que lo llevo deseando o por la obligación de dejarlo ir. Sus manos, lentamente, han ido descendiendo desde la espalda hasta mi cadera; las mías rodean su cuello sólido y suave y acarician su pelo fuerte. Nos separamos, al igual que él pretendo descifrar sus ojos grisáceos, pero no lo consigo.
-Qué original, darme el beso desprevenido. Has visto muchas películas.
-Tonto… Ya tardabas.
-Y me arrepiento.
-Eso espero. Aunque dejas mucho que desear.
-Te tendré que recompensar, pues.
-Genial. ¿Practicarás el morreo?
-Esta misma noche salgo y te hago ese favor.
Le golpeo suave en el hombro mientras pongo morritos de enfurruñada. Sé que es mentira, mas me aseguro de que no se cumpla.
-Me gustan tus besos.
-Lo sé. No saldré esta noche, tranquila.
-No, si no me preocupa. Teniendo me a mí…
Que mentiras más grandes digo, por favor.
-¿Te puedo mirar ya el culo?

***

Se ríe. Me aparta bruscamente y llama al taxi que casi se pasa. Aprovecho para cumplir su deseo, disfruto del susodicho que presenta todo lo esencial para ser perfecto, marcado gracias a esos pitillos ajustados. Se gira y no me preocupo por disimular.
-Muy bonito.
-Vete ya, petardo.
Miro detrás suya y veo el taxi morado y blanco. Me acerco y con un brazo le rodeo su cintura para acercarla y darle un beso como el primero.
-Adiós. Guárdame mañana tiempo para llamarte.
-Mi agenda lleva tu nombre.
- Te mereces una cita en condiciones, guapa.
-Qué será eso para ti, guapo
-Algo que no suelo hacer.

Entro en el taxi con esas últimas palabras flotando en el aire, que significan mucho. Le indico la dirección al conductor y, mientras arranca, gozo con las mismas buenas vistas de hace escasos minutos. Sí, muy bonito, como ella.

viernes, 3 de mayo de 2013

...VIII...


El local se llena de gente que entra, elige un sándwich, pide un café, paga en la caja y vuelve a la calle. Las pequeñas y limitadas mesas están vacías menos la nuestra. La observo desayunar. Toma el capuccino a sorbos pequeños y muerde el croissant lentamente cuidando las apariencias. Es dulce y peleona.
-He visto de estos sitios en todas partes…
-Eso quiere decir que eres observadora. ¿Saciada?
Salimos del “Pret a Manger. Es cierto que están repartidos por todo Londres. Recorremos unas cuantas calles a paso ligero, hablando de  los gustos de sus amigos. Y llegamos a la calle donde le compramos el regalo a mi abuela ese día que el destino quiso que la encontrara. Hay de todo tipo de tiendas y restaurantes.
-¿Sueles venir mucho por aquí?
-Podría decirse.
Pero miento. Mi padre es político, mi sitio son los almacenes Harrods. No la quiero impresionar, no quiero que me busque por el dinero, por el mero hecho de ser ella, Natalia. ¿Por ser ella? No es nadie más que cualquiera de las otras. Y vuelvo a mentir, pero evito reconocerlo.
Pasamos el día caminando. Cambiamos continuamente de tienda. Lo comentamos y observamos todo. Barajamos varias posibilidades. Ella lo apunta todo en una libreta y lo puntúa, hasta diez, cuanto más le gusta. Encontramos de todo, nos cachondeamos con un montón de cosas y salimos de la tienda mofándonos de la cara del dependiente ante nuestro “inadecuado” comportamiento. Finalmente compra lo que más la ha convencido. Una gran caja decorada con rollos de película antigua que en su interior guarda un conjunto que ella ha escogido para una amiga muy presumida; un cinturón de “jack and jones” a juego con una cartera para su mejor amigo, un tal Roberto; una raqueta de tenis negra y verde para uno de los gemelos y un vinilo antiguo de los Beatles, una bandera de gran Bretaña con el dibujo característico del grupo y un conjunto para el perro de  Sandra. Sabe escoger.
Son las cinco menos cuarto. Nos sentamos en un parque no muy alejado a descansar. Aguardamos con el cuerpo y la mente relajados una llamada.
-Entonces esperamos un informe de Roberto, tu mejor amigo, para comprar el regalo de… espera, lo sé, no la nombres.
-Por lo menos sabes que es una chica.
Todo este tiempo lo hemos dedicado a concienciarme de quiénes y cómo son sus amigos y por qué está aquí.
-A ver, repasemos.
Me coloco las gafas de sol y me acomodo en el árbol que se sitúa a mi espalda.
-O sea, que eres de Madrid y has viajado a pasar las navidades a Londres.
-Ajá.
-Porque te gusta, pero principalmente para pasar unos días con tu mejor amiga que se mudó hace año y medio. Por ello te saltas las clases de la universidad al igual que los otros cinco, hasta que os apetezca marcharos.
-No, eso dudo que ocurra. Será cuando creamos que es conveniente.
-Y así aprovechas para conocer una de tus ciudades favoritas. De acuerdo, se llama Estef.
-¡Sí! ¡Sí! Era la única que te faltaba.
La historia de Natalia. Resulta incómodo llamarla por su nombre en el interior de mis pensamientos, para mí es ella, esa chica única que se ha ganado algo más que mi respeto y mi tiempo.
-Ahora te toca a ti. Me prometiste que me contarías tu historia. He cumplido mi parte del trato.
-Bueno… yo vivo aquí.
-Eso ya lo sé, tonto –me dedica una de sus sonrisas-.
-Tonto…
Me extraña, me lo llama con sutileza, cariñosa y dulcemente. Me resulta una palabra cálida por primera vez en mi vida. Nos interrumpe una melodía. Mientras rebusca en los bolsillos de su bolso la escucho: demasiado tarde para disculparse. Contesta y se aleja para evitar que la escuche. Desde lejos me mira y se gira con una sonrisa tímida en la comisura de los labios. Que mujer, de leona a gata. Cuando cuelga, se acerca pausadamente con andares de modelo que me obligan a recorrer con la mirada su agraciado cuerpo hasta llegar a sus ojos, los cuales confiesan un peligro que me acecha.
-¿Te apetece conocer a mi gente?


Hemos cogido un taxi de los numerosos que circulaban por las carreteras cercanas. Le he indicado que fuéramos a los almacenes Harrods, y estamos en camino. En camino de conocer a sus amigos, de que me juzguen, de que aconsejen a Natalia cosas sobre mí basándose en este tiempo; un reto. Pero no estoy nervioso, toda mi vida me ha inspirado que me desenvuelvo bien con la gente.

***

Un silencio ha durado todo el trayecto. Hemos llegado, los impresionantes almacenes Harrods se imponen ante mí. Todo lo que me han contado es cierto, incluso los escaparates poseen aire de elegancia y riqueza. Daniel insiste en pagar el taxi, obedezco sus órdenes y salgo del automóvil sin discutir.  Nos encaminamos al interior del centro comercial. Traspasamos las puertas y ahí están, justo en frente. Todos se sorprenden menos Roberto, que se ha guardado el secreto de que vendría acompañada. Observo a Dani, su cara reluce con esa sonrisa rebelde y esos ojos pícaros que tanto me enganchan, pero sus manos están escondidas bajo los bolsillos.
-Hola, macho.
Roberto rompe el silencio. Con ese saludo anima a Daniel a sentirse confiado. Le transmite seguridad; una de las cualidades de mi mejor amigo.

***

Saco las manos de los bolsillos, libero mi carácter tranquilo.
-¿Qué tal? –Extiendo el brazo y le tiendo mi mano. Roberto la observa y sonríe al comprobar mi soltura, sabe que la tensión ya ha terminado; estrechamos nuestras manos y le doy una palmada en la espalda.- Dejarme adivinar nombres; he sufrido una tarde escuchando a Natalia, espero que sirva.
Sonríen. Los miro de derecha a izquierda. Reconozco a la esbelta y superficial rubia.
-Apuesto a que eres Amanda, la modelo.
-Me alaga que lo notes.
Sus ojos azules oscuro me dicen que es sincera. Le gusta que yo se lo haya dicho, que la haya caracterizado por su espectacular físico. Pero ya he estado con muchas tías así y, como antes he pensado, me parecen superficiales. De reojo observo a Natalia, su cabeza está ligeramente inclinada hacia arriba y escruta nuestras expresiones hasta llegar a mis ojos; sonríe con una mezcla de nervios y celos, y mira hacia otro lado.
-Y tú, Sandra.
-Por excepción.
Es una chica bajita y demasiado delgada. Detrás de sus gafas leo unos ojos que no determinan ningún sentimiento. Me resultan tristes, vacíos y sosos; resultan feos.
-Encantado de conocerte, guapa.
Un simple apodo para todos menos para ella. Sonríe y muestra una cara dulce y que llega a parecer bonita. Pero ella no sabe que puede ser así.
-Y los gemelos.
-¿Serás capaz de adivinar sus nombres?
-¿Es un reto, Natalia?
-Si me das una explicación razonable que me guste, te cuento cosas de Nata.
- Joder Nico, puedes conmigo. No me llames… así.
-Me gusta ese nombre –le guiño el ojo al chico. Después me acerco hasta llegar al punto donde sus ojos deben mirar levemente hacia arriba para encontrarse con los míos. –Deduzco que te pondrás furiosa cuando te lo llame, y más dura y fría. Me gusta.
Sus ojos se abren divertidos y se relaja. La he drogado.
-Tú eres Rafa –señalo al gemelo con el pelo de punta y ojos claros- y tú, Nicolás –ahora me refiero al de pelo rizado incapaz de moldearse y ojos oscuros, el que se ha dirigido a mí anteriormente.
-Un chico listo, el primero con el que sale Nat. ¿Tu teoría?
-Te la diré el día de reyes.
-Creo… que nos has gustado a todos. Sobre todo a las tías.
Roberto me sonríe mientras sus cejas se levantan  de sorpresa. Mi mirada se deja caer en Natalia que está quieta y con su rostro tranquilo. Es la primera vez en toda mi vida que me resulta irrelevante la mujer que se siente atraída por mí cuando hay un “ella” que lo significa todo y me roba la atención. Me roba la atención y la entidad que me permite vivir; el corazón del que se ha vuelto dueña tontamente.

sábado, 20 de abril de 2013

...VII...


Directo a nuestro bar. Me lo enseñó cuando nos conocimos por el hecho de que las chicas que acuden allí a tomar algo son españolas. Españolitas, como las llama él. Está lejos de mi barrio. Bueno, todo está lejos; pero es su único inconveniente. Todo lo demás es un sueño para toda persona y yo no soy menos. Siempre tengo que pedir un taxi para moverme a cualquier parte. Nunca voy en coche porque ni me he sacado el carnet. ¿Para qué? Prefiero esperar a España, tengo por seguro que regresaré. Este no es mi país, es bonito, sí; me gusta el idioma, sí; pero mi lugar materno es sin duda Madrid, donde viví mi adolescencia; Valencia, donde me críe de niño o Galicia; donde reside mi querida abuela. Pronto, muy pronto, me convenceré a mi mismo de cuál deseo, sea mi futuro en España. Y entonces conseguiré mi sueño desde mis doce años: un Porsche. Ese precioso coche, cuya belleza reside en su velocidad, en sus tantos caballos, en su capacidad para hacerte sentirte importante, en su presencia. Del color del cielo en esos días nublados; para mí, del color de la libertad y el poder; para los demás, solamente gris.
Pago al taxista. Me bajo y veo marcharse el vehículo con lentitud. Aquí, en Londres, son muy característicos por estar decorados con publicidad. Todo un espectáculo para el turista. Me doy la vuelta, justo delante tengo el bar. Busco con la mirada a David. Destaca por su estilo. Es esbelto incluso sentado. De pelo castaño y piel clara, ojos muy oscuros, sonrisa maliciosa, cuerpo trabajado. Siempre luciendo una de sus miles gafas de sol aún en invierno, un jersey de buen gusto y unos pantalones ajustados. Silenciosamente ando hasta su encuentro, está observando meticulosamente a tres chicas rubias inglesas. Una de ellas está buena, las otras dos se descartan al instante. Le pego una colleja.
-Ey.
-¿Atacas?
-No. Hoy me dedico a ti.
-Menudo honor.
-Pues sí, porque vaya tía la del centro.
-¿Has pedido?
-Hombre, está claro.
Nuestro gusto es similar, lo que le gusta a uno, siempre le sabrá bien al otro, incluidas las mujeres. Por eso, numerosas veces hemos tenido historias con la misma tía, aunque siempre cortas, sin importancia. 
-¿Qué ha sido esta vez?
-Estrella Galicia selección 2012.
-Tiene buena pinta.
-Claro, todo lo que proceda de allí la tiene.
-Empieza a decirme la razón de traerme hasta aquí.
-Qué directo.
-No me has conocido de otra forma. Cuéntame esos planes.
-Sí, sí. Vamos a ir en noche vieja al sitio ese que no se cómo se llama pero que está en pleno centro y que estuvo tan bien.
-¿El de las bebidas de calidad, la música bestial y las tías facilonas?
-¿Ves? Nos entendemos.
Nos empezamos a reír. Viene la camarera. No es muy guapa, simplemente está excesivamente pintada, pero tiene buen cuerpo. Dos cervezas y unas aceitunas con muy mal aspecto.
-Menos mal que venimos aquí por las raciones.
-Perdona, tío.
Coge el plato y tira la ración al suelo. Luego toma un sorbo de su bebida. Hace dos meses se acostó con la camarera. Yo le advertí que no lo hiciese, que acudimos normalmente al sitio, pero se guía demasiado por el placer.
-Me parece bien el plan. ¿Quiénes vamos?
-Pues Manu, José Carlos, Sebas, Tania, Andrea, Sergi y tú y yo. Por supuesto pueden venirse acompañantes. Y prometo que esa noche por mucho que beba, que lo haré, no me lanzaré a por ninguna tía –levanta la mano como jurando y me río-.
-¿Cuántos acompañantes?
-Te voy a decir por experiencia que no juegues con varias tías.
-Lo digo por si me llevo a una chica que quiera ir con su grupo de amigos también.
-Entonces claro. ¿Quién es esa chiquita? ¿Será españolita, no?
-Natalia.
-Lo es. Bueno pues si tiene alguna amiga…
-Si te ligas alguna cuidado con hacerle daño. No trates con indiferencia sus sentimientos o te daré una pequeña paliza. Estás avisado.
-Pero bueno… Es importante esa chiquita.
-No estoy seguro, pero espero que así sea.
-Tengo que conocer a esa tal Natalia que te hace tan duro y aguafiestas.

***

Día de caza. Nos lanzamos en busca de regalos ingeniosos, sorprendentes, divertidos, inesperados. No hace falta que sea útil, solo que haga feliz a su dueño. Lo hablamos en el aeropuerto mientras esperábamos hora y media a que anunciasen que nuestro avión estaba listo para que embarcásemos. También acordamos juntarnos todos los que allí estábamos para comprarle algo verdaderamente bonito a Estef, costase lo que costase. Cinco meses sin verla era demasiado para todos.
-¿Está claro?
Asentimos. Aunque seguramente alguno que otro ha estado en algún otro sitio de su cabeza mientras Roberto indicaba el tiempo que teníamos, para empezar, yo.
-Bien, pues. Nos veremos a las siete de Inglaterra en este mismo sitio. Son cinco horas. ¡Ya!
Los tres chicos corren. Las chicas nos acompañamos hasta la puerta y allí Amanda y yo nos deseamos suerte para encontrar lo que buscamos y Sandra sonríe incomoda. Nos dispersamos.
El nublado que hace deja pasar algunos rayos de sol que alegran un poco el mediodía. Me pongo mis Ray Ban del tipo Jackie Ohh. Con sólo un poco de sol me conformo para lucirlas. Comienzo a pensar en las próximas compras. No tengo nada seguro. Nada es acertado, nada me convence. Suena mi tono de llamada, “Apologize” de Timbaland One Republic. Una canción algo vieja, bastante de hecho, pero su melodía me enamora, me trae buenas sensaciones. Observo la pantalla, una “D” me saca un suspiro.
-¿Diga?
- ¿Te acuerdas de mí?
-Si eres alguien cuyo nombre empieza por “D”, no.
-Muy graciosa. Por eso me gustas.
Sonrisa silenciosa. Mía y suya seguramente, sabe que me ha pillado con esas palabras.
-¿A qué se debe tu llamada?
-Me preguntaba qué haces y qué planes tienes.
-Que poco te dura a ti lo de “si puedo te llamo”.
-Te hizo mella eso, ¿eh?
Tú sí que me haces mella, ¿cómo lo sabe todo? Me impresiona este chico.
-Bueno, que te desvías con tu egocentrismo. ¿Eres imaginativo?
-Soy divertido, ¿te basta?
Me río.
-Sí, suficiente. Pues…me ayudarás a buscar regalos de navidad.
-Hecho. Pero con una condición. Di que me necesitas.
-¿Solo? Te necesito.
-¡Oh! –Se calla, sorprendido.- Ha sido más fácil de lo que pensaba.
Menos mal que no lo sabe todo, no se hace una idea de lo que le necesito.

Hemos quedado en un bar. No distingo dónde estoy. Lo único que sé es que me ha mandado meterme en un taxi y me ha obligado a pasarle el móvil al taxista. Y aquí me encuentro. Miro de un lado a otro rápido, no hay tiempo que perder. Me meto corriendo al baño. La chica que se está maquillando me mira sorprendida. No es fea, tampoco guapa; para mi gusto demasiado maquillaje. Le sonrío y me reviso. Informal pero llevo mis botas preferidas.
-Estás muy guapa.
Me sorprendo, la chica del baño es española y me piropea.
-Gracias. No viene mal ahora mismo ese comentario –sonrío-.
-¿Has quedado con algún chico?
-Sí. Uno que está buenísimo. He conocido a muchos chicos pero este sale de los límites de la perfección.
-Yo sólo he conocido a dos así. Y eran amigos. Primero fui con uno, el más elegante y seductor, pero me derretí ante el infiel y rebelde; los dos sabían muy bien cómo conquistar.
-¿Y sigues con el segundo?
-No, fue algo breve. Ahora tengo una guerra interior, no sé a por cual lanzarme.
-Tienen pinta de ser difíciles. Hazles poco caso, dicen que funciona.
-Me caes bien. Ten cuidado con tu príncipe contemporáneo, los más guapos son los peores.
-Lo tendré en cuenta.
Salgo del baño con la advertencia indirecta que me ha mandado bien grabada. No me cae mal, pero sus palabras llevaban una mezcla entre envidia y confianza. No llego a entender su tono, pero me olvido. Tengo que buscar a mi principito contemporáneo.

***

Ahí está. David me ha dado su consentimiento. Está de acuerdo conmigo, es un diez. Nos hemos escondido y la hemos observado desde lejos. Necesitaba su opinión, siempre. Guapísima, se queda de pie delante de la entrada del bar. Lo mejor de ella, todo. Su pelo, sus ojos, sus labios, su sonrisa, su mirada, su cuerpo… Lleva unos pitillos azul marino apretados que marcan sus piernas, una camiseta a rayas rojas y blancas que se estrecha notablemente realzando su pecho, un abrigo beige fino y corto concordando con sus botines de piel vuelta y tacón ancho y su bolso espacioso, y un colgante que aparenta ser antiguo. Sabe vestirse, es puntillosa con los detalles, es elegante. Para mí eso da mucha categoría a una mujer. Me enloquece, no pienso dejarla escapar.
-Chss, chss.
Me mira con esos ojos expresivos que tanto me gusta leer. Asiente en forma de saludo.
-Veamos, ¿para qué querías verme?
-Te corrijo, tú querías verme. Yo solo te utilizo para terminar esto antes.
-Busted.
-¿Qué dices?
-Que me has pillado. Vamos de compras.
-Pero estoy hambrienta, no he desayunado nada.
-Haremos una parada en alguna cafetería que encontremos.
-¿Por qué no ésta?
Me río sinceramente, empujo su espalda y echamos a andar. Si nos hubiéramos quedado, Ale la camarera vendría a estropearlo todo. Y es que siente algo por David y ha iniciado una guerra contra él y la gente que le rodea. Son las consecuencias de jugar con los sentimientos, como le he prohibido anteriormente. Y hasta hace poco, yo era exactamente igual. Ironías de la vida, yo que las controlaba a todas he caído en el embrujo de una chica que ahora controla mi corazón sin saberlo.
Powered By Blogger