viernes, 29 de marzo de 2013

...V...




Y aquí estoy, un veintiuno de diciembre. Por fin, después de tanto tiempo volviéndome loco. Tanto tiempo ansiando tenerla cerca, mirar sus peculiares ojos. Tanto tiempo esperando saber cuál es el perfume que la caracteriza, un rastro que perseguir si la perdiese algún día. Y es tal como ella parece, dulce y tentadora. Tenía razón, ella es perfecta. ¿Qué hago? ¡Me pongo nervioso! Solo quiero conocerla, yo no creo en eso del amor. Porque no tengo edad de enamorarme, me toca disfrutar la vida salvaje. ¿Por qué coño pienso esto? No te preocupes, tú eres el amo. Tú controlas a las mujeres. Pero ella tiene todo el derecho a darme un “no”rotundo, porque ella es ella, perfecta en su todo.
-Tenía ganas de conocerte. Desde el día dieciocho.

***

¡Con que quieres conocerme! Es guapísimo. Me ha esperado, buscado, encontrado.
-¿Cómo sabías cuál era mi hotel?
- Debe ser siniestro.
-¡Ni te imaginas cuanto!
-¿Te invito a tomar algo?
La propuesta me deja sin palabras, lo deseo demasiado.
-¡Qué si hombre, que va contigo! Si se está haciendo la interesante…
-Ella, mi amiga Estefanía, que lo sabe todo de mí –gracias Estef por sacarme la respuesta-.
-Encantada…
-Cómo no, encantado. Sí lo sabes todo, es cierto que quiere venir –su sonrisa atractiva y rebelde aparece momentáneamente-.
-Mientras pagues tú, me vale –río-.
Un trofeo. Las palabras de Amanda, claras y sutiles suenan en mis oídos. “Los chicos importantes las adoran, a las chicas trofeo”. Lo soy sin explicación alguna, de repente, junto a él. Pero por dentro manda sobre mí, me afecta como el champan.
-Decidido entonces, ¿te llevo a...?
-Tomar un helado, gracias. Hoy te voy a salir barata…
-¿Eso significa que habrá más veces?
-¿Por qué no? Eres guapo...
Se empieza a reír mostrando sus blancos y perfectos dientes. Mi corazón percibe su sonrisa, noto como se acelera y me aumenta la necesidad de aire. Me río con él, esta vez sincera, tal cual como yo soy. Me doy la vuelta antes las miradas expectantes de mis amigos, la recepcionista y el botones, y una pareja cuyo mayor entretenimiento hoy parece haber sido nuestros flirteos. Empiezo a andar contoneando las caderas. ¡Qué bien me lo voy a pasar!

-Mmmmmmmm… me encanta.
-Te dije que era la mejor heladería de la zona, ¿por qué iba a mentirte?
-Tienes varias razones…
Me mira, intentando adivinar lo que pienso. Me gusta jugar con él. Enredamos las palabras para divertirnos. Nos volvemos locos el uno al otro, y no solo por los juegos. Es tan atractivo, tan desenvuelto, tan gracioso.
-Tienes buen gusto.
-¿Por qué lo dices? ¿Por decidir venir contigo?
-Por tomar helado en invierno.
-¿Soy la primera?
-Sí que te haces la interesante.
Me sonrojo y bajo la mirada instintivamente. Un segundo después poso mi mirada en sus ojos que me prueban, elevo el mentón.
-¿Y eso a qué viene?
Titubeo.
-Era una prueba.
-¿Y qué ha sido?
-Que tengo muy mal ojo. Siempre me busco a las frías.
Esboza su sonrisa otra vez. ¡No ha notado nada! Si que podría interpretar como decía mi madre. Me voy a comprar un regalito, por saber manejar a este chico de película. Un vestido que le deje fascinado. ¿Enserio, Natalia? Sí, por qué no.
-Vamos, cogeremos otro taxi.
-Lo que quieras.
-Pues vamos andando.
Me rio. ¡Qué tonto! Me lleva hasta una parada de autobús. Esperamos poco tiempo hasta que llega. Paga los dos viajes y me dirige hasta la segunda planta. No hay nadie excepto una madre y su hija al principio de todo.
-Elige, compañía o final.
-¿Medio? Los finales siempre me dan miedo.
Me mira pidiendo una explicación. Porque todos los finales suelen ser feos. Todos los finales con hombres, un final contigo querría sincerarme. Justo cuando se sienta, la madre y su hija se marchan abajo. Ando hacia atrás dando pasos seguros y palpando los asientos. Me sigue.
--Siempre he querido montar en uno de estos autobuses. Por las películas.
-Pues ya está, conmigo tu primera vez. No puedes decirme que soy aburrido.
-Contigo no se lo pasa ninguna mal.
-Tú me intentas volver loco. Tan sincera a veces, tan misteriosa otras.
-Eres tú, ejerces ese efecto.
Inclina la cabeza hacia el lado analizando mi respuesta. Después comenzamos a comentar los lugares que aparecen y desaparecen durante el corto trayecto.
-¿Por qué no me cuentas tu historia?
-¿Qué tipo de historia? ¡Llegamos!
-Pues que tú no eres inglés, –se lo insinúo mientras bajamos en la tercera parada, intentando disimular el ansia de saberlo- eso está claro.
No dice nada, caminamos muy ligeramente hasta la entrada del hotel. Parece que tiene ganas de despistarme y largarse. ¿No le he gustado? Me deprimiré, joder. Pues yo quiero volver a verle. Y lo voy a asegurar. Saco el móvil, y entro en la agenda, nuevos contactos. Su nombre, x. Se para, casi nos chocamos. Me agarra con dulzura y seguridad, sus manos son grandes y fuertes, calientes y atentas.
-¿Y tú?
-Está bien. Pronto nos la contamos los dos, ¿trato?
-Igual la tuya no es lo suficientemente emocionante.
-Te conformas conmigo, soy interesante, tú lo has dicho.
-Bueno, dame tu móvil. Deja algún tipo de señal que ya hemos llegado.
-Estás desesperada, eh.
Él me tiene localizada, sabe mi hotel. Me hago entrar en razón. Nunca le dejes a un chico decir la última palabra.
-Me marcho.
Empieza el último tonteo.
-Vale. Dame tu número. Si puedo te llamo en estas Navidades.
Si puedo… ¿Le digo que estoy de paso? A lo mejor lo dice para ponerme nerviosa, para conocer si quiero esperar o no puedo hacerlo. Me tiende el móvil y lo apunto.
-No has dejado que me escape, tú también estás desesperado.
-No mucho –me guiña un ojo rebelde, me atrae-.
Le demostraré que sí, que tanto como yo, que esto no termina aquí. Un beso y le encadeno.
-Mira… Me he tomado un helado de vainilla.
-Y yo de chocolate.
-Listo. ¿Cómo sabría si lo mezclamos?
Miro sus labios, sus ojos, sus labios, sus ojos. Me muerdo mi labio inferior. Picante, deseoso. Riesgo.
-No me gusta la vainilla, lo siento.

***

Me doy media vuelta, cruzo la calle. No miró atrás. No lo sabe pero me encantaría probrar ese sabor, su sabor. Me gusta, mucho además. Ha jugado conmigo y ha sido dulce inesperadamente. Sus ojos me desvelan todo lo que piensa. Natalia. Sonrío. No es la única que se comporta así; la dejé ganar en la heladería cuando se sonrojó y la he silenciado gracias a mis últimas palabras. No va a desaparecer de mi cabeza, maldita sea. Menos mal que no ha habido beso alguno, no aguantaría. Ni siquiera intento negarlo. Son las 11.00 a.m., las 00.00 de España, de su reloj. Saco el móvil recreando en mi mente su risa de un suspiro, tan solo ella ríe así.
“Daniel”

...IV...




Doy vueltas, me encuentro en un remolino que gira y que me vuelve loca, con sus líneas violetas, naranjas, azules marinas… Me levanto con esfuerzo pero caigo de nuevo, exactamente como mil veces antes lo he hecho. No consigo ponerme en pie, mantenerme firme en ese lugar caótico. Y resbalo y mi cuerpo gira y me propongo enderezarme y una fuerza tira de mi y la gravedad me atrae hasta ese final que tanto espero y vuelve a convertirse en un nuevo remolino y cierro los ojos y siento la cabeza atraída como hacia dos polos opuestos. ¿Y esos golpes exagerados? ¿El pulso de alguna música? ¿Alguien aporreando esas paredes estrambóticas?
Mi mundo real me vuelve a la cabeza, lo veo a través de esas ventanas oscuras cerradas que me pesan, que no puedo abrir a pesar de las ganas. Esas que me protegen de tantas imágenes, que siempre me acompañan para no dejar ver mi dolor y a la vez demostrarlo con lágrimas llenas de sentimientos. En este momento son conscientes de la irritación que me produce la luz apenas cegadora pero totalmente deslumbrante a mi vista. Están llamando a la puerta, era el sonido. Obligo a mi cuerpo a levantarse y cansado obedece. Me pesa, replican mis piernas. Con la mínima fuerza que encuentro abro la puerta sin preguntar antes quién es.
-Buenos días, niñas. A despertar que es hora.
Roberto. Ni me resigno a mirarle. Me doy media vuelta y vuelvo arrastrando los pies hacia mi cama rogando a quién sabe qué que no intente molestar. Entro en ese calor de cama que parece materno y lo agradezco.
-Gracias, Natalia, guapa.
-De nada.
Se ha escuchado mi ruego. O quizás Roberto ha escuchado mi voz ronca que suplica silencio. De cualquier forma me habla por susurros. Estamos un rato en silencio, algo extraño en mi amigo y de nuevo vuelve a ser el de siempre:
-Necesito que veas lo siguiente. Va a ser legendario.
Se lo debo y pronto me tendré que despertar totalmente, por lo que sonrío y abro lenta y medianamente los párpados. Veo que se deshace de sus pantalones y su camiseta, se despeina y se tumba con cuidado en la cama de Estef junto a ella. Pone una mano rozando su torso y se hace el dormido. Espero un rato sin saber qué hace en este instante ni qué ocurrirá un momento después. Y me sorprende como siempre lo hace con sus jugadas.
-¡Dios! ¡Dios mío, no!
Estef se ha levantado precipitadamente con aspecto histérico. Con unas ojeras terribles se queda mirando a su acompañante.
-Joder, ¿cómo he caído tan bajo?
-Sin insultar, y sin gritar por favor.
-Estef… no me esperaba esto de ti, tía.
Su cara de horror me anima a ayudar a Roberto en esta mentira. Nunca la había visto tan preocupada. Mi mejor amigo se merece que le ayude, se la ha jugado bien.
-No le contemos esto a nadie. No quiero recordar esto, y lo digo por ti Nat.
Dando la espalda a Estef me guiña un ojo y me mando no reír. Estef sigue muda, asintiendo en absoluto silencio mientras sus pupilas reflejan un trauma. Me doy media vuelta y río en silencio tapada por las sabanas. Oigo como la puerta se cierra, Roberto se ha ido. Unos pasos se alejan con dirección al baño y unos segundos más tarde se escucha el recuerdo revuelto del estómago de una persona afectada por un mal despertar y una intensa resaca.

Ha empezado a llover, chispear en realidad. Cojo mi abrigo y el paraguas. Me vendrá bien tomar el fresco después de estar encerrada en un cuarto a base de ver la televisión e intentar, sin ningún resultado, conectarme a internet. ¿Es que estos ingleses no entienden que es vital visitar facebook y acceder al correo? Por lo visto no, y a mí me van a volver loca. Necesito saber algo sobre Juampi, lo he llevado bien pero estoy desesperada por comprobar que no está de parejita feliz con la chica que rompió nuestra relación. Mientras medito, se abren las puertas del ascensor.
-¿Qué haces aquí?
-¡Hombre Nata!
-No me llames Nata, Nico…
-Y tu no pongas esa cara de culo, ¿qué te parece raro exactamente de visitar a una amiga malita?
-¡No tengo cara de culo, imbécil! Es solo… que nunca sois tan atentos vale…
-Mal pensada –Rafa pone cara de cachorro y simula que le afecta mi comentario-.
-Eres muy dura con ellos, Nat.
Me doy la vuelta y veo a Roberto jadeando y con una sonrisa maliciosa.
-¿Y tú por qué estás aquí?
-Nunca –es lo único que dice mientras mira con expresión dura y seria a los dos hermanos-.
Nico y Rafa se miran. Estoy perdiendo tiempo y se ha marchado el ascensor. Pobre Estef, tener que aguantar a estos tres estando mareada.
-Bueno, en cuanto venga el ascensor me voy a comprar comida y a buscar una farmacia. Ya sé que es una tontería pero… ¿quiere venirse alguno?
Piensan, se observan entres los tres. Me meto en el ascensor que ya ha llegado. Última oportunidad.
-Venga, yo.
No me lo creo. ¡Nico! Si que soy desconfiada. Parecen preocuparse de verdad…
-¡No! ¿Qué tramáis panda de asquerosos? –Estos quieren jugársela a Estef.- Estefanía está mala, no voy a dejar que le hagáis nada.
-Vosotros seguir, yo aclaro las cosas. Encárgate de nuestro asunto Rafa, - me mira- que no tiene que ver con jorobar a nadie –añade-.
Roberto está confuso, intenta deducir a través de las miradas de los gemelos cuál es su plan y llega a alguna conclusión. Rafa se da cuenta y echa a correr al mismo tiempo que él. Nico me agarra de la cintura y me dirige al ascensor.
-Veras Nat… le hemos robado el móvil a Roberto y hemos descubierto que tiene… ¿cómo decirlo…? Una chica a la que ama en secreto.
Me pilla desprevenida, ¿cómo puede ser que no me lo haya dicho? La primera chica a la que quiere...
-¿Quién es, –Es lo único que llego a decir- quién?
-No lo sé.
-Ya. Seguro. Vamos. Soy yo. Soy Natalia. ¿No nos queremos?
Se abren las puertas del ascensor. Le suena el móvil y lo coge mientras me sigue con la mirada controlando que no escuche nada. Simplemente asiente. Cuelga y se vuelve hacia mí lentamente.
-Te haces de rogar eeeeeeeeh. ¿Qué quieres para contármelo?
-Nada, es que no hay nada que contar. Era una coña que le íbamos a hacer para molestarle, pero ya no viene a cuento. Ya nos conoces, siempre jodiendo –pronuncia las palabras atropelladamente y con un miedo cómplice en el tono-.
-Sí, te conozco y por eso sé que nunca me dirías eso. Te lo sacaré.
-Más te vale que no.
Y nos quedamos así. Los dos mirando hacia delante, rígidos. Yo, sorprendida y ansiosa por saber, saber quién será la chica y por qué es mejor que no me entere; y Nico callado por el impacto que le ha producido esa llamada.

Salimos del restaurante que se encuentra al lado del hotel. Acabamos de desayunar a la misma hora que los demás días. Siempre tan tarde. Y no es por mi culpa, ni por la de Nico o Rafa. Quizás tampoco de Roberto. O probablemente por culpa de los cuatro, ya que ninguno ha dormido muy tranquilo esta noche. Intentamos disimular que no sabemos, que no pasó lo lo de ayer noche. He estado dando vueltas en la cama, levantándome a hurtadillas para no despertar a Estef y poder lavarme la cara con agua. Ese asunto se inmiscuye en mis pensamientos una y otra vez. Y más aún cuando me doy cuenta de las ojeras que tiene Roberto y lo tranquilos que están Rafa y Nico. Los cuatro nos hemos saludado aparentando normalidad, pero se respira desconfianza. El desayuno, más que llenarnos de comida nos ha llenado de agobio. Desafiantes miradas que pretendían dejar al descubierto los pensamientos del otro, pocas palabras cruzadas que llevaban como segundo significado encubierto un “a mí no me mientes”. Nos despedimos y soy la única que se va en ascensor, ¿por qué justo me evitan a mí? Y esas dudas, esos rodeos, nadan en la marea de mis problemas, porque se acaban de convertir en un nuevo náufrago que quién sabe cuándo rescataré. Aunque espero que pronto.

...III...


Algo frío resbala por mi tripa, quizás es solo el aire, quizás estoy soñando, quizás Juanpi está a mi lado como de costumbre y me da besos después de haberse tomado un helado. Es su costumbre de las mañanas cuando alguna noche nos cogemos y disfrutamos el uno y el otro, el uno junto al otro, el uno del otro. Después recorre mi barriga desnuda con su helada lengua hasta el cuello, donde me da dos besos, cada uno a un lado, y sucesivamente llega a mi boca y nos fundimos en una sola persona. Es dulce, cariñoso. Pero ese algo frío no sube por mi tripa, desciende congelado hasta…
-¡Joder Estef!
Se desternilla.
-¡Pero sí que has tardado en darte cuenta! Si ponías una cara de gusto que no podías con ella…
No deja de reírse. Me sonrojo y me levanto rumbo al baño. Si supiese lo que he pensado… No ha estado allí, junto a mí, sufriendo al igual que lo he hecho yo. Desconoce.
-Vamos, que nos cierran el chiringuito de abajo. Ya verás, nos vamos a poner de comida hasta el cuello.
Abro la puerta. Me mira y cesa su risa. No puede ser que haya notado nada… Quizás esos pensamientos que uno tiene, tan bonitos, que ya han acabado, te recolocan la expresión de la cara. Intento ponerme de morros, tanto como puedo. Juampi…Pero aunque sea mi mejor amiga ella siempre está vivaz. Y ya han pasado dos semanas de todo esto. Justo cuatro días antes de que Roberto me avisara del viaje. Lo había superado por completo. Me siento al borde de la cama, cojo la almohada y la abrazo. Estef esta tremendamente preocupada por mí. Pongo cara de loca y… ¡Zas!
-¡Por capulla!
Ríe junto a mí. La paliza sigue. Y cuando me paro a descansar me tira contra la cama, me quita la almohada y me golpea. Golpe, golpe, golpe. Le rodeo el torso y damos vueltas hasta caernos, lentamente, en el suelo que nos depara con una alfombra para suavizar el dolor.
-Somos unas rebeldes de la vida.
Su sonrisa ancha. Su pelo rojizo y corto que le cae de un lado revuelto. Su pijama de Hello Kitty como si de una niña pequeña se tratase. Esa frase en la que mil veces me he imaginado su tono, cuando la escribía junto a una carita sonriente en el e-mail. ¡Qué gran pérdida cuando te fuiste!
-No lo dudes.
Estef, una gran amiga. Una respuesta para todo. Siempre está en las mejores ocasiones. Pero no es de esas personas a las que les dices continuamente cuánto aprecio le tienes. A ella le van más las cosas alarmantes, en esas en las que el corazón se te pone a mil por hora y consigues escapar dando un suspiro. Por algo nos ha invitado, porque nos echaba de menos y porque no tiene otros como nosotros, con los que montar esa clase de pollos. Qué grandes navidades vamos a pasar juntos, reunidos y libres por Londres.

-Por fa, ¡por favoooooooooooor! Quiero desayunar, necesito desayunar…
Le encanta comer, bueno y no solo a Roberto. Aporrea la puerta como abatido y pone los ojos en blanco. Me rio con Estef y Sandra. Es cierto que ellas tardan menos en arreglarse, Sandra porque no se esmera en sacarse partido y Estef porque no necesita mucho tiempo, pero aún así Amanda tarda más que yo, y es un alivio porque, además de que no me importa esperar, si fuese yo la última me tocaría escuchar las quejas.
-No entiendo por qué las chicas tardáis tanto.
-Bueno, tardamos en conjuntar la ropa, tenemos que peinarnos, nos pintamos… Sí, básicamente eso.
-Vale, es una excusa. ¡Pero serviría si solo fuese un cuarto de hora más!
-Buenos días a todos. Ya podemos bajar –Amanda aparece en el resquicio de la puerta tranquilamente-.
-Ya era hora. Veamos, ¿habéis preparado la mochila: llaves; móvil; cámara de fotos, Estef; dinero y gafas de sol etc, etc…?
-Síííííííííííí. -Al unisono, lo gritamos, es nuestro primer día en Londres.
Salimos del ascensor, cada uno habla con los demás, o juntos o por separados. Sin ningún rato de soledad y aburrimiento.
-¡Te mato Amanda!
Carcajadas fuertes y sinceras. Resulta que los ingleses tienen otros horarios y no quieren esperar, o nos ajustamos o nos jorobamos.
-Busquemos algo cerca. No es tan grave Roberto.
Y a Amanda no le importa lo más mínimo haber sido la culpable. Salimos a buscar algún restaurante o algún bar donde saciar nuestro apetito bien y pronto, o mejor dicho, saciar el hambre de Roberto.
Vemos dos bares donde solo se encuentra gente mayor hablando de lo que les pasó ayer o incluso esta mañana, o quizás lo que les sucedió años atrás. También vemos un restaurante que tiene buena pinta. Nos acercamos y miramos los precios, ni muy caros ni muy baratos. Entramos. Son las doce y cuarto, a lo mejor los ingleses ya están comiendo. Pedimos una mesa, bueno la pide Estefanía, y nos sientan. El camarero es joven y rubio y tiene pinta de majo. Nos dedica a cada uno su sonrisa jovial y yo se la devuelvo mientras le digo una de las pocas cosas que se en inglés: “thank you”. Ojeo la gente que hay, un chico joven bien arreglado, una familia inglesa que está almorzando ahora, una pareja mayor que come y tres hombres con traje. Los niños de la familia numerosa se acercan susurrándose cosas al oído. La niña más mayor que tendrá unos siete años se da cuenta de que la miro y sonríe mientras se sonroja.
-¿Quieres una flor?
Me quito la amapola que adorna mi pelo y se la acerco con el brazo. Me observa con curiosidad y se ríe, que cucada de risa tiene, se acerca con pequeños pasos y se la coloco. Sus padres la llaman y se va, no sin antes despedirse con la mano y unos coloretes rojizos.
-Tan mona como tú, Nat–Nicolás sonríe maliciosamente, no le entiendo-.
-¿Sabes a quién me ha recordado?, a ti cuando te pusiste rojo por las largas que te dio la azafata.
Cuando salimos le pregunto a Estef qué quiere que visitemos, me da un mapa y se pone las gafas de sol con altanería mientras me da a entender con su chula mueca que lo decida yo, que a ella no le importa y que sabe que estoy dispuesta del todo a hacerlo.

Cada vez que veo algún río recuerdo el significado de estas corrientes, corrientes llenas de vida que discurren a su manera, libremente, con dificultades por el camino e irregulares, con vida propia que un día llega a su fin, pero que ha hecho un largo recorrido que ha merecido la pena, se podría decir que ha visto mundo. El Támesis es el río más importante de allí. Los muros del conocido puente con azules soportes forman una muralla que prohíbe el paso a las apreciadas corrientes, tan fuertes como para provocar que ondas de agua golpeen contra las paredes de la barrera, y unas fuertes sacudidas dejen libres algunas gotas que acompaña al aire y humedezcan aún más la tarde de invierno.
-¡Hagamos nos fotos! Estef, saca tu cámara, guapa.
Saca su cámara Reflex. Estuvo obsesionada con tener esa cámara durante dos años y había ahorrado y ahorrado. Ya había tenido más de ese tipo claro que, según ella, no es una cámara cualquiera, ¡es de lo mejorcito! Desconozco sobre el tema, pero reconozco que sacan unas fotos espléndidas.
-¡Haznos varias como tú sabes anda!
Con el “Tower Brigde” detrás nuestra, recién pintadas de azul sus cuerdas, sus enormes arcos dejando pasar a los coches, el río Támesis a los lados y parte de Londres a lo lejos. Primero sonriendo a lo loco, después pasándolo bien, luego naturales, seguidamente haciendo el tonto, sucesivamente de tres en tres y por parejas… Ella nos coloca en cada una y dudo si se da cuenta o no, pero cuando nos hace una foto que le gusta se le escapa una mirada brillante y soñadora.
-Y ahora, vas a dejar esa camarita tuya y le vas a decir a alguien que nos haga las fotos, aunque te pongas de los nervios cuando está en manos de otro.
-No me hables como si fuera tonta que al final, ¡lo parezco!
Recogemos a un hombre que está paseando tranquilamente y Estef le explica, y sobre todo, le previene con que se ponga la correa en la muñeca y ante todo no la deje escapar.
-¡Digan patata!
Y abrazo a Estef y la aprieto, y nos miramos con risas falsas y reales a la vez, que queremos que capte la cámara, y ese efecto de día nublado favorece las fotos, que sale con nubes negras, grises y azules y un sol escondido que aparece por rendijas de esas esponjas. Y me vuelvo a poner melancólica como aquel día en el avión. Porque mis amigos son los mejores, porque están hechos para mí, porque son fantásticos y no desprecio ningún momento junto a ellos. Porque esas fotos no son simples fotos, son las que un día recordaremos, nos hicimos en nuestro inolvidable viaje a Londres.

-Hoy no pasa.
-No, ¡ni de coña! ¡Como que soy Roberto que hoy vamos!
-Pues eso tampoco impone mucho…
Reímos mirándonos unos a otros y asintiendo porque es la pura verdad.
-Pero eso no quiere decir que no podamos hacer otras cosas, es que sois más vagos, enserio, lo sois y mucho –recalco ese último comentario-.
-Yo estoy con Nata, lo somos. Pero a mí me gusta.
Más risas, mas asentimientos de cabeza y puñetazos en el hombro de Nico demostrando el apoyo a ese comentario.
-No me llames Nata…
-Está bien. No te preocupes Natalia, tenemos muchos días para disfrutar, ¿entiendes? Hoy vamos a pasar el día descansando y reponiendo fuerzas para la noche, lo daremos todo.
-Encárgate de buscar el sitio Estef.
-Sí, y qué más. Yo trabajo para vosotros y además de perder energía no consigo recompensas.
-Pues claro que sí. Uno de eso ligues que consigues en las discotecas inglesas, de los que nos has contado. Nosotros queremos pruebas –en tono misterioso y con un guiño Rafa intenta poner nerviosa a Estef-.
-¿Qué? ¿Sigues sin creerme? Pues ya veras, ya…
Nos dispersamos cada uno a nuestros cuartos. Toda la mañana para nuestro yo. Me paro delante del espejo. Pruebo peinados que me puedo hacer, nada, ninguno me queda bien.
-Vas a gastar tu imagen… Te sientan de madre todos.
Estef y sus comentarios, Estef y su serenidad, Estef y su forma de apaciguarme y hacer que suelte una sonrisa.
-¿No llamas a tus padres? ¿O quizás a otra persona?
¿Qué otra persona? ¿Es que sabe lo de Juampi? ¡Ya estamos! Vueltas y vueltas y vueltas. Recordar te hace daño. Tengo que olvidarme de todo y, como dice Amanda, ser una diva de noche.

Calle Terminus Place. Discoteca Pacha. Tenemos experiencia y reconocemos su calidad. Son las dos de la noche. Hemos estado esperando alrededor de treinta y cinco minutos para entrar pero siempre merece la pena. También pagar cuatro euros del ropero y haber cogido el último tren Victoria para llegar. Por no hablar de tener que volver en bus cuando estemos ebrios.
Disfruto de la música, me meto entre la gente agarrando a Amanda de la mano y arrastrándola hasta las plataformas. Sin duda el mejor lugar para absorber el ritmo. Hoy me apetece pensar que convierto a alguien en afortunado. De momento solo nos movemos al ritmo del house. Siento los zumbidos en los oídos y los temblores y botes de la gente en mis pies. Me viene la euforia y salto al compás de los demás. Luego todos nos paramos de nuevo y volvemos a bailar a nuestra manera. Destaca un pequeño grupo de cinco chicas por sus movimientos sin miedo alguno a enseñar algo más que piernas y escote. Demasiado borrachas, mucha resaca y mucha sorpresa al descubrir sus avergonzantes fotos en la página web oficial. Pero como están demasiado borrachas, no se paran a pensarlo porque directamente no pueden. Pido en la barra una copa cualquiera que el atractivo “barman” me prepare, pero potente. Roberto se encargará de que no haga ninguna tontería así que me la tomo de un trago. Lo mismo otra vez, así me gusta, quemada por dentro. Hoy lo necesitaba. Un chupito y regreso con Amanda. Baila genial por lo que decido copiar alguno de sus movimientos. Bajo y subo, doy vueltas y me revuelvo en esa marea sin remedio. La música en mis oídos no deja paso a ningún pensamiento que me hunda, solo a baile, alcohol, chicos y risas. Gritos que no van acompañados de la música, gritos que la decoran ya que la música es la importante aquí. Y lo siento. El calor que anteriormente ha arrasado mi cuerpo descendiéndolo, por el contrario asciende hasta mi cabeza. No tengo capacidad de decisión, no debo hacer ninguna tontería pero mis impulsos me llevan a realizar locuras de las que me siento orgullosa pero lamentaré, y me convierto en una de aquellas chicas que están demasiado borrachas para pensarlo. Ahora sí que seguro, no dejo a pensamiento alguno que hunda mi ser, mi alegría, mi pasión, perturbar mi poca razón.

...II...


Poco a poco voy recobrando la memoria, soy consciente de que he estado soñando acomodada en el asiento de un avión con destino a Inglaterra, Londres. No recuerdo mi sueño, aunque mejor eso que no una pesadilla o alguno que te hacen sentir una vida que no es la tuya, una vida mejor, donde consigues todo lo que te propones, nada falla. Esos sueños que detestas al despertar por haberte creado tu mundo perfecto, el que no posees.
Mis amigos Nicolás, Rafa, Sandra, Amanda y Roberto me acompañan en este viaje. Amanda es modelo de revista y le importa mucho la imagen ya que la utiliza para exhibirse y ganarse la vida y su propia felicidad. Tiene la idea de que siendo guapa la vida te sonríe, craso error cuando se cree madura. Pues bien, me he fijado en esa parte de su carácter, pero también reconozco que se tiene que remarcar sus cuerpazo con piernas interminables y su pelo rubio natural que nace en unas raíces oscuras, tan ligero como la pluma, que refleja los brillos del sol y crea ondas cegadoras en el aire. Nicolás y Rafa son hermanos, gemelos si ahondamos más. No se parecen en nada; procuran no parecerse. Rafa lleva el pelo corto, liso y revuelto, tiene un cuerpo más musculoso, sus ojos son turquesa y, a pesar de todo ello, es el feo. Nicolás carece de músculo pero tiene una figura marcada, sus ojos son marrones oscuros, su pelo es corto pero rizado y lleva un pendiente; sus rasgos resaltan menos, pero en conjunto logran crear un joven guapo y rebelde. Los conocí en la universidad cuando fui a visitar a Estef y ella intentaba quitárselos de encima en el restaurante, un fallido intento. Me cayeron muy bien al instante. Sus ocurrencias te provocan ataques de risa y compensan el que te vuelvan loca el resto del tiempo. Roberto es mi mejor amigo. Todo el mundo que le conoce le aprecia porque te levanta el ánimo con una sola palabra y es el primero en formar parte de locuras. Es divertido y sincero. Soy  su favorita, como no. Nos conocemos desde pequeños cuando coincidimos en segundo de la ESO.  Sandra se lleva muy bien con Roberto porque a los dos les encantan las matemáticas, el único tema del que habla Sandra. En ocasiones me entran celos de la amistad que se ha formado entre ellos en poco tiempo, pero Roberto que me conoce, me lo nota y me abraza susurrándome al oído tonterías sobre amores imposibles como el nuestro que deben dejar marchar a la pareja, entonces me rio y le aparto poniéndole la cara de amargada con la que se troncha.
Son simplemente geniales, grandes. Al fin y al cabo, una amistad no se llega a definir del todo, no hay palabras suficientes, ni significados exactos. Espero que no sea yo y que le pase a todo el mundo que, cuando piensas en cómo has conocido a cada persona, su forma de ser y los momentos que has compartido con ella me vuelvo melancólica. Me da un ataque de risa, y la azafata joven a quien Rafa y Nico le tiran los tejos, me mira con ojos desorbitados como si espantase sus propinas al armar follón. Si es que me pone más nerviosa que me miren… Me tapo la boca con la mano y continúo en silencio. Una sensación que me encanta, esa de no poder reírse y obligarte a parar pero no poder porque eres feliz en el momento y no te pueden pillar, como en el  instituto con Roberto.
-Señorita, ¿quiere que le traiga un vaso de agua? Parece que se lo pasa muy bien.
-Es por la cara de amargada que le pone a mis amigos, que intentan ligársela. No lo habrán conseguido…
-Me temo que no. Ahora, por favor, póngase el cinturón de seguridad. Dentro de diez minutos bajaremos del avión, vamos a aterrizar.
Me señala el cinturón amarillo con esa sonrisa falsa que le echa la gente a los niños que molestan en algún restaurante, se la devuelvo y me lo pongo. Supongo que le ha molestado que me riese de ella, de hecho, le habrá molestado esos dos tipejos. Mientras se va andando por el avión con ese caminar tan resultón, me fijo en su vestimenta. Siempre he creído que las azafatas llevaban tacones altos, pero lleva unos zapatos tan cómodos como feos son.
-Joder Nat, ¡cómo te pasas eeeeh! –Roberto que está sentado a mi lado ha observado encantado el encare con la azafata y se ríe.
-No me gusta que me traten como a una niñata, ¿de acuerdo? Que me dejen a mi rollo y no se metan en mis cosas.
-Pero si eres tú la que se ha empezado a reír como un loca, parecía que estabas paranoica.
-Cosas mías.
-¿No me lo cuentas? Mira que después te pones echa una furia porque te oculto secretos… -Suspira, abatido por mi tozudez.
Por la radio avisan, primero en inglés y luego en español, de que los pasajeros deben ponerse el cinturón puesto que estamos cerca de la pista del aeropuerto y el piloto va a aterrizar. Intentan también tranquilizar a la gente por si hay turbulencias, traqueteos suaves o más destacados, por lo que no hay por qué alterarse. Empiezo a sentir la presión que ejerce la gravedad y endurezco el rostro. A mi alrededor, algunas personas están agobiadas, otras todavía están adormecidas del sueño que han echado, un niño llora agarrándose  a su madre y dos chicas están reprimiendo un grito de lo nerviosas que está por las vacaciones que van a pasar juntas. Cuando me fijo en Nico, veo cómo se mofa junto con Rafa señalando disimuladamente al doce añero que se encuentra a su lado. Este contiene la respiración con una gran sensación de malestar y agarrándose con todas sus fuerzas al bajo del asiento mientras aprieta el de delante con las piernas. Empieza el traqueteo, por la ventana no se ve nada, es de noche. El avión deja su anterior inclinación y va posándose recto y suavemente en el suelo. Un bote, traqueteo. Otro bote y otro, traqueteo más fuerte. El adolescente de al lado de Nico está pálido, espero que no vomite. Aunque, pensándolo mejor, si lo hiciese sobre Nicolás se lo tendría bien merecido, por las molestias.

-¡Una hora esperando las maletas!
Estef se ríe señalándonos con el dedo índice, con una potente risotada.
-Menudos pringados somos… ¿verdad? –Rafa y Nicolás se hacen los decepcionados, que estarán tramando…
-Pues la verdad es que sí.
-Pero tú no tienes un Bob Esponja gigante graaaaaaaaaatis.
Roberto se siente cómodo cada vez que le toma el pelo a Estef. No entiendo por qué, pero es una rivalidad que tienen desde que se conocieron. Quizá será por mí. No creo. No soy egocéntrica. Me excuso por este pensamiento: Amanda es así. Sin embargo tiene sus aspectos positivos: te presenta tíos buenos, consigue cosas gratis y entradas para espectáculos o conciertos y vestidos de marca, y en el fondo te hace reír cuando algo de su aspecto le resulta “denigrante”. Cabe aclarar que los peluches los ha conseguido lisonjeando con el dependiente de la tienda de regalos. El poder de la seducción.

...I...




Veintiuno de diciembre,tengo la casa para mí solo, nadie me acompaña excepto el silencio; lo que provoca que en mi cabeza ronden absurdos pensamientos sobre esa chica. No conozco su nombre, su edad, de dónde viene, quiénes son sus amigos o su familia y tampoco sus gustos o aficiones. Pero es muy pronto para saberlo, el primer paso es acercarse a ella y presentarse, cosa que no suele resultarme difícil, hablar con una mujer. Cada mañana cuando van a desayunar al restaurante ella y su grupo de amigos escandaloso, le dedica una tímida sonrisa al camarero que la invita a tomar un delicioso desayuno de esos típicos ingleses que te sacian a más no poder, come lentamente guardando las apariencias y riendo las gracias a su compañía y entabla conversación con los niños que se acercan cuchicheando sobre su juventud, que desean, sea como la de ese grupo.
Solo han pasado tres días desde que, por casualidad, acompañé a mis padres a una tienda de antigüedades antes de que cogieran un vuelo a Galicia para pasar los días de Navidad con la familia, y debían escoger un tocador para Nana. Era el último regalo y sabía que a ellos les parecería un gran detalle y que a mi abuela no le gustaría si no lo eligiese yo. Intentaron convencerme de que también viajase, pero preferí quedarme en casa profundizando en temas importantes. Y es que debería haber elegido por fin la universidad a la que ir después de haber estado en Cambridge estudiando política al igual que mi padre lo había hecho. Pero estando allí un año entero me sentí obligado a abandonar ya que, como ya había supuesto, ese mundo no era el que me llenaba. En Julio del pasado año todavía vivíamos en Madrid capital. Pero, no entiendo por qué, a mi padre se le ocurrió traerme a estudiar política. Aquí, a Londres, ¡ni más ni menos! Si he de ser sincero, nunca me ha interesado pensar mucho sobre mi futuro, yo soy más de los que viven el presente, no planeo las situaciones y dejo correr el tiempo, claro que, disfrutándolo. Pero soy el único y malcriado hijo de mi padre y merezco lo mejor, y según él significa llevar su misma vida: político. Vine porque me gusta conocer gente, mundo y hablar idiomas. Y es lo que he hecho; me he pasado todo el año yendo de fiestas con gente que conocí en la playa pocos días antes del comienzo de la universidad. Esos sí que vivían bien. Así que renuncié voluntariamente a la política antes de iniciar y me hice un hueco entre ellos. Entre las piernas de Anne... Que chica, soñadora y un poco hippie. Se dejaba libre todo el tiempo y aproveché. Porque a los hippies nunca les haces daño en cuestión de amores, o eso digo para no parecer rastrero.
Después de despedirme de ellos entré en el restaurante para tomar el gran desayuno: huevos revueltos con bacón a tiras; hash browns, cereales con leche y miel; pancake, chocolate y zumo de piña; que solo tomo en ocasiones especiales. A mitad de mi brunch en solitario, ella entró y dejó su rastro por primera vez. Su pelo castaño oscuro, largo, abundante y ondulado al natural; sus ojos marrones verdosos con unas pestañas de un negro muy negro que intensificaba la uniformidad de su piel; su nariz, delgada, con un acabo redondeado y su boca un dulce con unos finos pero marcados labios rojizos y unos dientes perfectamente alineados y blancos. La conozco poco, pero sus detalles me han conquistado. Sobre todo su sonrisa jovial y sincera, que transmite felicidad y tranquilidad.
Después de un tiempo me levanto con energía y me ducho para despertarme. Moldeo el pelo con el secador para que quede revuelto y echo un mínimo de laca para que el aire no me lo estropee, odio que lo haga, yo siempre bien peinado. Escojo del armario mis pantalones Levi’s negros ajustados, mi camisa de Lacoste y mi jersey sin marca. Hoy tengo que ir perfecto, qué digo, yo siempre lo voy… Me lavo los dientes dos veces, manías mías. Cuando cojo las llaves, encuentro de sorpresa el espejo del recibidor. Me sonrío a mí mismo. Una vez me llevé a la cama a una chica que encontré, al despertar, colocada frente al espejo para decidir qué cara ponía para cuando yo abriese los ojos. Me hice el dormido, qué remedio... Pero no la volví a llamar.
Llego al restaurante. Frank me conoce porque es un observador y, por qué no decirlo, un gay. El primer día se dio cuenta de que observaba a la chica, todas sus ilusiones se desmoronaron, pero le queda la historia de amor, quizás la haya, de momento nada serio. Miro de un lado a otro del lugar, resulta raro que no se encuentren allí con un escándalo montado. Me noto lleno por primera vez en cuatro días. Cuando me fijaba en la desconocida chica no tenía conciencia de lo que comía, simplemente observaba sus facciones con detenimiento y disimulaba. Joder, he esperado demasiado. Pero me gusta saber de mis presas antes de capturarlas.
Marcharse es lo mejor. Salgo del restaurante, hace un día nublado concordando con mi estado de ánimo. Necesito olvidar a la joven sin nombre, por lo que compro una revista en el quiosco que está en frente del “London Eye Hotel”. Se llama así en honor a una atracción de lo más conocida en Londres, una gran noria desde la que se ve toda la ciudad y sus sitios más conocidos. Cuando llegué a Inglaterra, una chica francesa me llevó de copas al bar de aquel hotel, puesto que a ella le hacía sentir más seria y adulta, según dijo. El ambiente era realmente elegante y moderno. Todas las bebidas estaban colocadas según su nombre, los camareros vestían trajes de seda de colores beige y negro y mostraban una rígida postura. Volvería a ese bar de noche si tuviese una cita con la misteriosa joven… Repito una y otra vez ese pensamiento y busco algo reconfortante en él, pero dudo. ¿Qué conclusión estoy sacando, coño? No puedo evitar reír y la gente que se encuentra alrededor mira. Cogido. Me embarga una sensación de alegría irrefrenable, me mojo los labios con la lengua y sonrío, es toda mía. Avanzo por la calle satisfecho conmigo mismo.

***

-¡Precioso!
-Mmm… Sí, bueno…
-Pocas cosas son tan bonitas, y una de ella es Londres –miro a mi alrededor y descubro que me han dejado sola mientras ellos se marchan quejándose de lo pronto que les he levantado hoy-.
-No se puede negar que son unos plastas. - La voz de Estef me llega suave desde atrás, al mismo tiempo que unos dedos recorren pícaros mi espalda.
- Para una vez que vienen a un sitio que no es España…
-No pueden ser alguien que no son, cariño. –Burlona pero cariñosa, mi amiga me sonríe y no puedo evitar soltar una carcajada.- Pero yo estoy aquí para sacarte una sonrisa en momentos antes a que pilles una rabieta. –Vuelve a sonreír y, esta vez, me guiña un ojo.
-Vaya imagen que tienes de mí, Estef … -Con delicadeza decido dejar mi brazo derecho alrededor de su cuello y juntas empezamos a caminar en busca de nuestro grupo que se ha perdido entre la numerosa gente de la plaza del Buckingham Palace.
-Entiende que les has obligado a levantarse tan temprano como cuando vamos a la universidad, y a unos veinteañeros no les mola nada eso. –Hace una mueca de desprecio y pone los ojos en blanco.
-Claro que yo no tengo veinte años aún.
-¡Pronto Nat! –Roberto se acerca a paso ligero, para llevarnos hasta el grupillo, como riéndose con sorna. -Hemos venido a divertirnos, ¿qué es esto de visitar monumentos?
- Mi mejor amiga es la segunda líder de la excursión, gratis, a la que os he invitado por mi cumpleaños. –Agita el dedo autoritariamente.
- Pues nosotros nos pagamos el hotel, ¿sabes? –Roberto la desafía con unos ojos duros y fríos.
-Pero el avión es lo que cuesta realmente.
Por fin aparece escondido el grupo entre la multitud, que anda de un lado para otro a paso desorbitado.
-Por cierto cariño –oigo que le suelta Roberto a Estefanía- ¡Tú tampoco tienes veinte años!


Ya, por la tarde y a pesar de mis intentos, mis amigos me obligan a acompañarlos hasta el hotel para descansar antes de salir a cenar. Esa noche no vamos a ir a ninguna discoteca porque están demasiado cansados. Viajamos en el metro y nos bajamos en Regents park, de donde se encuentra el hotel a dos manzanas. Como no, Nicolás y Rafa van haciendo el tonto para impresionar a Amanda, aunque nunca lo van a conseguir. Para Amanda, si un chico no está trabajado en un gimnasio no merece la pena, por eso suele tener historias cortas con modelos o bomberos, o alguien con una profesión del estilo. Roberto y Sandra hablan sobre economía, van a ser empresarios, y Estefanía me mira para ponerme nerviosa, cosa que no consigue porque desde hace tiempo decidí no darle coba a sus juegos. Mis amigos.
Llegamos por fin al hotel y siento piedad del botones que tiene que soportar mostrar una sonrisa a los impresentables de Nico y Rafa. Cosa que no sucedió con la azafata engreída del otro día. Reconozco al chico que está sentado en el hall, pero no sé dónde lo he visto aunque presiento que desde el principio me ha debido gustar por su pelo castaño fuego bien preparado, su aire desconectado y personal y su gusto al elegir la vestimenta. Me quedo observando cómo lee una revista, tal vez esperando a que muestre alguna prueba de que me conoce y que no me he imaginado todo. Cuando mis amigos empiezan a reírse descaradamente de no se sabe qué, el misterioso chico levanta su rostro desvelando unos carnosos labios color acaramelado y unos profundos ojos marrones grisáceos delimitados por unas pestañas oscuras acompañadas de unas cejas finas y una nariz definida. Parece que, sin quererlo, sus labios se tensan mientras una sonrisa especialmente rebelde se exhibe. Precipitado, y sin dejar de presentar esa seductora expresión, se levanta y se acerca dando un hondo suspiro. Por unos segundos aparto mi atención de sus movimientos y noto que el corazón me palpita rápidamente y me encuentro confusa sin saber qué decir, qué movimiento hacer o qué sonrisa poner, aunque una orgullosa amenaza con presentarse. El chico parece tan inmerso en ese tipo de sentimientos como yo, pero distingo que a diferencia de mí misma, él sabe por qué me busca. Durante una fracción de segundo, el corazón se acelera al máximo y es como si, a la vez que mi sangre discurre atropelladamente por mis venas que están ardiendo de los calores que se concentran en mi cuerpo, el tiempo se paralizase poco a poco, dejándome imaginar con especial deseo un roce con su cuerpo, una mirada de ternura, un beso que hierva a fuego lento, una cama que compartamos. Luego, al notar como una voz potente me envuelve en su tono, regreso al mismo momento, con la misma rapidez con la que me he desvanecido cegada por la ambición de ser la posesión de aquel atractivo chico que ansiaba mi llegada por alguna extraña razón.
-Tenía ganas de conocerte. Desde el día dieciocho.
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