viernes, 3 de mayo de 2013

...VIII...


El local se llena de gente que entra, elige un sándwich, pide un café, paga en la caja y vuelve a la calle. Las pequeñas y limitadas mesas están vacías menos la nuestra. La observo desayunar. Toma el capuccino a sorbos pequeños y muerde el croissant lentamente cuidando las apariencias. Es dulce y peleona.
-He visto de estos sitios en todas partes…
-Eso quiere decir que eres observadora. ¿Saciada?
Salimos del “Pret a Manger. Es cierto que están repartidos por todo Londres. Recorremos unas cuantas calles a paso ligero, hablando de  los gustos de sus amigos. Y llegamos a la calle donde le compramos el regalo a mi abuela ese día que el destino quiso que la encontrara. Hay de todo tipo de tiendas y restaurantes.
-¿Sueles venir mucho por aquí?
-Podría decirse.
Pero miento. Mi padre es político, mi sitio son los almacenes Harrods. No la quiero impresionar, no quiero que me busque por el dinero, por el mero hecho de ser ella, Natalia. ¿Por ser ella? No es nadie más que cualquiera de las otras. Y vuelvo a mentir, pero evito reconocerlo.
Pasamos el día caminando. Cambiamos continuamente de tienda. Lo comentamos y observamos todo. Barajamos varias posibilidades. Ella lo apunta todo en una libreta y lo puntúa, hasta diez, cuanto más le gusta. Encontramos de todo, nos cachondeamos con un montón de cosas y salimos de la tienda mofándonos de la cara del dependiente ante nuestro “inadecuado” comportamiento. Finalmente compra lo que más la ha convencido. Una gran caja decorada con rollos de película antigua que en su interior guarda un conjunto que ella ha escogido para una amiga muy presumida; un cinturón de “jack and jones” a juego con una cartera para su mejor amigo, un tal Roberto; una raqueta de tenis negra y verde para uno de los gemelos y un vinilo antiguo de los Beatles, una bandera de gran Bretaña con el dibujo característico del grupo y un conjunto para el perro de  Sandra. Sabe escoger.
Son las cinco menos cuarto. Nos sentamos en un parque no muy alejado a descansar. Aguardamos con el cuerpo y la mente relajados una llamada.
-Entonces esperamos un informe de Roberto, tu mejor amigo, para comprar el regalo de… espera, lo sé, no la nombres.
-Por lo menos sabes que es una chica.
Todo este tiempo lo hemos dedicado a concienciarme de quiénes y cómo son sus amigos y por qué está aquí.
-A ver, repasemos.
Me coloco las gafas de sol y me acomodo en el árbol que se sitúa a mi espalda.
-O sea, que eres de Madrid y has viajado a pasar las navidades a Londres.
-Ajá.
-Porque te gusta, pero principalmente para pasar unos días con tu mejor amiga que se mudó hace año y medio. Por ello te saltas las clases de la universidad al igual que los otros cinco, hasta que os apetezca marcharos.
-No, eso dudo que ocurra. Será cuando creamos que es conveniente.
-Y así aprovechas para conocer una de tus ciudades favoritas. De acuerdo, se llama Estef.
-¡Sí! ¡Sí! Era la única que te faltaba.
La historia de Natalia. Resulta incómodo llamarla por su nombre en el interior de mis pensamientos, para mí es ella, esa chica única que se ha ganado algo más que mi respeto y mi tiempo.
-Ahora te toca a ti. Me prometiste que me contarías tu historia. He cumplido mi parte del trato.
-Bueno… yo vivo aquí.
-Eso ya lo sé, tonto –me dedica una de sus sonrisas-.
-Tonto…
Me extraña, me lo llama con sutileza, cariñosa y dulcemente. Me resulta una palabra cálida por primera vez en mi vida. Nos interrumpe una melodía. Mientras rebusca en los bolsillos de su bolso la escucho: demasiado tarde para disculparse. Contesta y se aleja para evitar que la escuche. Desde lejos me mira y se gira con una sonrisa tímida en la comisura de los labios. Que mujer, de leona a gata. Cuando cuelga, se acerca pausadamente con andares de modelo que me obligan a recorrer con la mirada su agraciado cuerpo hasta llegar a sus ojos, los cuales confiesan un peligro que me acecha.
-¿Te apetece conocer a mi gente?


Hemos cogido un taxi de los numerosos que circulaban por las carreteras cercanas. Le he indicado que fuéramos a los almacenes Harrods, y estamos en camino. En camino de conocer a sus amigos, de que me juzguen, de que aconsejen a Natalia cosas sobre mí basándose en este tiempo; un reto. Pero no estoy nervioso, toda mi vida me ha inspirado que me desenvuelvo bien con la gente.

***

Un silencio ha durado todo el trayecto. Hemos llegado, los impresionantes almacenes Harrods se imponen ante mí. Todo lo que me han contado es cierto, incluso los escaparates poseen aire de elegancia y riqueza. Daniel insiste en pagar el taxi, obedezco sus órdenes y salgo del automóvil sin discutir.  Nos encaminamos al interior del centro comercial. Traspasamos las puertas y ahí están, justo en frente. Todos se sorprenden menos Roberto, que se ha guardado el secreto de que vendría acompañada. Observo a Dani, su cara reluce con esa sonrisa rebelde y esos ojos pícaros que tanto me enganchan, pero sus manos están escondidas bajo los bolsillos.
-Hola, macho.
Roberto rompe el silencio. Con ese saludo anima a Daniel a sentirse confiado. Le transmite seguridad; una de las cualidades de mi mejor amigo.

***

Saco las manos de los bolsillos, libero mi carácter tranquilo.
-¿Qué tal? –Extiendo el brazo y le tiendo mi mano. Roberto la observa y sonríe al comprobar mi soltura, sabe que la tensión ya ha terminado; estrechamos nuestras manos y le doy una palmada en la espalda.- Dejarme adivinar nombres; he sufrido una tarde escuchando a Natalia, espero que sirva.
Sonríen. Los miro de derecha a izquierda. Reconozco a la esbelta y superficial rubia.
-Apuesto a que eres Amanda, la modelo.
-Me alaga que lo notes.
Sus ojos azules oscuro me dicen que es sincera. Le gusta que yo se lo haya dicho, que la haya caracterizado por su espectacular físico. Pero ya he estado con muchas tías así y, como antes he pensado, me parecen superficiales. De reojo observo a Natalia, su cabeza está ligeramente inclinada hacia arriba y escruta nuestras expresiones hasta llegar a mis ojos; sonríe con una mezcla de nervios y celos, y mira hacia otro lado.
-Y tú, Sandra.
-Por excepción.
Es una chica bajita y demasiado delgada. Detrás de sus gafas leo unos ojos que no determinan ningún sentimiento. Me resultan tristes, vacíos y sosos; resultan feos.
-Encantado de conocerte, guapa.
Un simple apodo para todos menos para ella. Sonríe y muestra una cara dulce y que llega a parecer bonita. Pero ella no sabe que puede ser así.
-Y los gemelos.
-¿Serás capaz de adivinar sus nombres?
-¿Es un reto, Natalia?
-Si me das una explicación razonable que me guste, te cuento cosas de Nata.
- Joder Nico, puedes conmigo. No me llames… así.
-Me gusta ese nombre –le guiño el ojo al chico. Después me acerco hasta llegar al punto donde sus ojos deben mirar levemente hacia arriba para encontrarse con los míos. –Deduzco que te pondrás furiosa cuando te lo llame, y más dura y fría. Me gusta.
Sus ojos se abren divertidos y se relaja. La he drogado.
-Tú eres Rafa –señalo al gemelo con el pelo de punta y ojos claros- y tú, Nicolás –ahora me refiero al de pelo rizado incapaz de moldearse y ojos oscuros, el que se ha dirigido a mí anteriormente.
-Un chico listo, el primero con el que sale Nat. ¿Tu teoría?
-Te la diré el día de reyes.
-Creo… que nos has gustado a todos. Sobre todo a las tías.
Roberto me sonríe mientras sus cejas se levantan  de sorpresa. Mi mirada se deja caer en Natalia que está quieta y con su rostro tranquilo. Es la primera vez en toda mi vida que me resulta irrelevante la mujer que se siente atraída por mí cuando hay un “ella” que lo significa todo y me roba la atención. Me roba la atención y la entidad que me permite vivir; el corazón del que se ha vuelto dueña tontamente.
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