viernes, 29 de marzo de 2013

...III...


Algo frío resbala por mi tripa, quizás es solo el aire, quizás estoy soñando, quizás Juanpi está a mi lado como de costumbre y me da besos después de haberse tomado un helado. Es su costumbre de las mañanas cuando alguna noche nos cogemos y disfrutamos el uno y el otro, el uno junto al otro, el uno del otro. Después recorre mi barriga desnuda con su helada lengua hasta el cuello, donde me da dos besos, cada uno a un lado, y sucesivamente llega a mi boca y nos fundimos en una sola persona. Es dulce, cariñoso. Pero ese algo frío no sube por mi tripa, desciende congelado hasta…
-¡Joder Estef!
Se desternilla.
-¡Pero sí que has tardado en darte cuenta! Si ponías una cara de gusto que no podías con ella…
No deja de reírse. Me sonrojo y me levanto rumbo al baño. Si supiese lo que he pensado… No ha estado allí, junto a mí, sufriendo al igual que lo he hecho yo. Desconoce.
-Vamos, que nos cierran el chiringuito de abajo. Ya verás, nos vamos a poner de comida hasta el cuello.
Abro la puerta. Me mira y cesa su risa. No puede ser que haya notado nada… Quizás esos pensamientos que uno tiene, tan bonitos, que ya han acabado, te recolocan la expresión de la cara. Intento ponerme de morros, tanto como puedo. Juampi…Pero aunque sea mi mejor amiga ella siempre está vivaz. Y ya han pasado dos semanas de todo esto. Justo cuatro días antes de que Roberto me avisara del viaje. Lo había superado por completo. Me siento al borde de la cama, cojo la almohada y la abrazo. Estef esta tremendamente preocupada por mí. Pongo cara de loca y… ¡Zas!
-¡Por capulla!
Ríe junto a mí. La paliza sigue. Y cuando me paro a descansar me tira contra la cama, me quita la almohada y me golpea. Golpe, golpe, golpe. Le rodeo el torso y damos vueltas hasta caernos, lentamente, en el suelo que nos depara con una alfombra para suavizar el dolor.
-Somos unas rebeldes de la vida.
Su sonrisa ancha. Su pelo rojizo y corto que le cae de un lado revuelto. Su pijama de Hello Kitty como si de una niña pequeña se tratase. Esa frase en la que mil veces me he imaginado su tono, cuando la escribía junto a una carita sonriente en el e-mail. ¡Qué gran pérdida cuando te fuiste!
-No lo dudes.
Estef, una gran amiga. Una respuesta para todo. Siempre está en las mejores ocasiones. Pero no es de esas personas a las que les dices continuamente cuánto aprecio le tienes. A ella le van más las cosas alarmantes, en esas en las que el corazón se te pone a mil por hora y consigues escapar dando un suspiro. Por algo nos ha invitado, porque nos echaba de menos y porque no tiene otros como nosotros, con los que montar esa clase de pollos. Qué grandes navidades vamos a pasar juntos, reunidos y libres por Londres.

-Por fa, ¡por favoooooooooooor! Quiero desayunar, necesito desayunar…
Le encanta comer, bueno y no solo a Roberto. Aporrea la puerta como abatido y pone los ojos en blanco. Me rio con Estef y Sandra. Es cierto que ellas tardan menos en arreglarse, Sandra porque no se esmera en sacarse partido y Estef porque no necesita mucho tiempo, pero aún así Amanda tarda más que yo, y es un alivio porque, además de que no me importa esperar, si fuese yo la última me tocaría escuchar las quejas.
-No entiendo por qué las chicas tardáis tanto.
-Bueno, tardamos en conjuntar la ropa, tenemos que peinarnos, nos pintamos… Sí, básicamente eso.
-Vale, es una excusa. ¡Pero serviría si solo fuese un cuarto de hora más!
-Buenos días a todos. Ya podemos bajar –Amanda aparece en el resquicio de la puerta tranquilamente-.
-Ya era hora. Veamos, ¿habéis preparado la mochila: llaves; móvil; cámara de fotos, Estef; dinero y gafas de sol etc, etc…?
-Síííííííííííí. -Al unisono, lo gritamos, es nuestro primer día en Londres.
Salimos del ascensor, cada uno habla con los demás, o juntos o por separados. Sin ningún rato de soledad y aburrimiento.
-¡Te mato Amanda!
Carcajadas fuertes y sinceras. Resulta que los ingleses tienen otros horarios y no quieren esperar, o nos ajustamos o nos jorobamos.
-Busquemos algo cerca. No es tan grave Roberto.
Y a Amanda no le importa lo más mínimo haber sido la culpable. Salimos a buscar algún restaurante o algún bar donde saciar nuestro apetito bien y pronto, o mejor dicho, saciar el hambre de Roberto.
Vemos dos bares donde solo se encuentra gente mayor hablando de lo que les pasó ayer o incluso esta mañana, o quizás lo que les sucedió años atrás. También vemos un restaurante que tiene buena pinta. Nos acercamos y miramos los precios, ni muy caros ni muy baratos. Entramos. Son las doce y cuarto, a lo mejor los ingleses ya están comiendo. Pedimos una mesa, bueno la pide Estefanía, y nos sientan. El camarero es joven y rubio y tiene pinta de majo. Nos dedica a cada uno su sonrisa jovial y yo se la devuelvo mientras le digo una de las pocas cosas que se en inglés: “thank you”. Ojeo la gente que hay, un chico joven bien arreglado, una familia inglesa que está almorzando ahora, una pareja mayor que come y tres hombres con traje. Los niños de la familia numerosa se acercan susurrándose cosas al oído. La niña más mayor que tendrá unos siete años se da cuenta de que la miro y sonríe mientras se sonroja.
-¿Quieres una flor?
Me quito la amapola que adorna mi pelo y se la acerco con el brazo. Me observa con curiosidad y se ríe, que cucada de risa tiene, se acerca con pequeños pasos y se la coloco. Sus padres la llaman y se va, no sin antes despedirse con la mano y unos coloretes rojizos.
-Tan mona como tú, Nat–Nicolás sonríe maliciosamente, no le entiendo-.
-¿Sabes a quién me ha recordado?, a ti cuando te pusiste rojo por las largas que te dio la azafata.
Cuando salimos le pregunto a Estef qué quiere que visitemos, me da un mapa y se pone las gafas de sol con altanería mientras me da a entender con su chula mueca que lo decida yo, que a ella no le importa y que sabe que estoy dispuesta del todo a hacerlo.

Cada vez que veo algún río recuerdo el significado de estas corrientes, corrientes llenas de vida que discurren a su manera, libremente, con dificultades por el camino e irregulares, con vida propia que un día llega a su fin, pero que ha hecho un largo recorrido que ha merecido la pena, se podría decir que ha visto mundo. El Támesis es el río más importante de allí. Los muros del conocido puente con azules soportes forman una muralla que prohíbe el paso a las apreciadas corrientes, tan fuertes como para provocar que ondas de agua golpeen contra las paredes de la barrera, y unas fuertes sacudidas dejen libres algunas gotas que acompaña al aire y humedezcan aún más la tarde de invierno.
-¡Hagamos nos fotos! Estef, saca tu cámara, guapa.
Saca su cámara Reflex. Estuvo obsesionada con tener esa cámara durante dos años y había ahorrado y ahorrado. Ya había tenido más de ese tipo claro que, según ella, no es una cámara cualquiera, ¡es de lo mejorcito! Desconozco sobre el tema, pero reconozco que sacan unas fotos espléndidas.
-¡Haznos varias como tú sabes anda!
Con el “Tower Brigde” detrás nuestra, recién pintadas de azul sus cuerdas, sus enormes arcos dejando pasar a los coches, el río Támesis a los lados y parte de Londres a lo lejos. Primero sonriendo a lo loco, después pasándolo bien, luego naturales, seguidamente haciendo el tonto, sucesivamente de tres en tres y por parejas… Ella nos coloca en cada una y dudo si se da cuenta o no, pero cuando nos hace una foto que le gusta se le escapa una mirada brillante y soñadora.
-Y ahora, vas a dejar esa camarita tuya y le vas a decir a alguien que nos haga las fotos, aunque te pongas de los nervios cuando está en manos de otro.
-No me hables como si fuera tonta que al final, ¡lo parezco!
Recogemos a un hombre que está paseando tranquilamente y Estef le explica, y sobre todo, le previene con que se ponga la correa en la muñeca y ante todo no la deje escapar.
-¡Digan patata!
Y abrazo a Estef y la aprieto, y nos miramos con risas falsas y reales a la vez, que queremos que capte la cámara, y ese efecto de día nublado favorece las fotos, que sale con nubes negras, grises y azules y un sol escondido que aparece por rendijas de esas esponjas. Y me vuelvo a poner melancólica como aquel día en el avión. Porque mis amigos son los mejores, porque están hechos para mí, porque son fantásticos y no desprecio ningún momento junto a ellos. Porque esas fotos no son simples fotos, son las que un día recordaremos, nos hicimos en nuestro inolvidable viaje a Londres.

-Hoy no pasa.
-No, ¡ni de coña! ¡Como que soy Roberto que hoy vamos!
-Pues eso tampoco impone mucho…
Reímos mirándonos unos a otros y asintiendo porque es la pura verdad.
-Pero eso no quiere decir que no podamos hacer otras cosas, es que sois más vagos, enserio, lo sois y mucho –recalco ese último comentario-.
-Yo estoy con Nata, lo somos. Pero a mí me gusta.
Más risas, mas asentimientos de cabeza y puñetazos en el hombro de Nico demostrando el apoyo a ese comentario.
-No me llames Nata…
-Está bien. No te preocupes Natalia, tenemos muchos días para disfrutar, ¿entiendes? Hoy vamos a pasar el día descansando y reponiendo fuerzas para la noche, lo daremos todo.
-Encárgate de buscar el sitio Estef.
-Sí, y qué más. Yo trabajo para vosotros y además de perder energía no consigo recompensas.
-Pues claro que sí. Uno de eso ligues que consigues en las discotecas inglesas, de los que nos has contado. Nosotros queremos pruebas –en tono misterioso y con un guiño Rafa intenta poner nerviosa a Estef-.
-¿Qué? ¿Sigues sin creerme? Pues ya veras, ya…
Nos dispersamos cada uno a nuestros cuartos. Toda la mañana para nuestro yo. Me paro delante del espejo. Pruebo peinados que me puedo hacer, nada, ninguno me queda bien.
-Vas a gastar tu imagen… Te sientan de madre todos.
Estef y sus comentarios, Estef y su serenidad, Estef y su forma de apaciguarme y hacer que suelte una sonrisa.
-¿No llamas a tus padres? ¿O quizás a otra persona?
¿Qué otra persona? ¿Es que sabe lo de Juampi? ¡Ya estamos! Vueltas y vueltas y vueltas. Recordar te hace daño. Tengo que olvidarme de todo y, como dice Amanda, ser una diva de noche.

Calle Terminus Place. Discoteca Pacha. Tenemos experiencia y reconocemos su calidad. Son las dos de la noche. Hemos estado esperando alrededor de treinta y cinco minutos para entrar pero siempre merece la pena. También pagar cuatro euros del ropero y haber cogido el último tren Victoria para llegar. Por no hablar de tener que volver en bus cuando estemos ebrios.
Disfruto de la música, me meto entre la gente agarrando a Amanda de la mano y arrastrándola hasta las plataformas. Sin duda el mejor lugar para absorber el ritmo. Hoy me apetece pensar que convierto a alguien en afortunado. De momento solo nos movemos al ritmo del house. Siento los zumbidos en los oídos y los temblores y botes de la gente en mis pies. Me viene la euforia y salto al compás de los demás. Luego todos nos paramos de nuevo y volvemos a bailar a nuestra manera. Destaca un pequeño grupo de cinco chicas por sus movimientos sin miedo alguno a enseñar algo más que piernas y escote. Demasiado borrachas, mucha resaca y mucha sorpresa al descubrir sus avergonzantes fotos en la página web oficial. Pero como están demasiado borrachas, no se paran a pensarlo porque directamente no pueden. Pido en la barra una copa cualquiera que el atractivo “barman” me prepare, pero potente. Roberto se encargará de que no haga ninguna tontería así que me la tomo de un trago. Lo mismo otra vez, así me gusta, quemada por dentro. Hoy lo necesitaba. Un chupito y regreso con Amanda. Baila genial por lo que decido copiar alguno de sus movimientos. Bajo y subo, doy vueltas y me revuelvo en esa marea sin remedio. La música en mis oídos no deja paso a ningún pensamiento que me hunda, solo a baile, alcohol, chicos y risas. Gritos que no van acompañados de la música, gritos que la decoran ya que la música es la importante aquí. Y lo siento. El calor que anteriormente ha arrasado mi cuerpo descendiéndolo, por el contrario asciende hasta mi cabeza. No tengo capacidad de decisión, no debo hacer ninguna tontería pero mis impulsos me llevan a realizar locuras de las que me siento orgullosa pero lamentaré, y me convierto en una de aquellas chicas que están demasiado borrachas para pensarlo. Ahora sí que seguro, no dejo a pensamiento alguno que hunda mi ser, mi alegría, mi pasión, perturbar mi poca razón.

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